El papa Francisco siente una profunda empatía por los pobres. Por eso, muchos lo critican, lo rechazan y cierran su corazón a lo que dice y hace. Para no aceptarlo, aducen como pretexto razones doctrinales o morales, argumentos económicos o ecológicos; pero lo que en el fondo les molesta es su condena implacable a quien excluye y mata a los pobres; así como su estilo austero y sencillo de vida, que es una acusación tácita al lujo y a los excesos de unos cuantos, también del mundo clerical.
Por esta razón, el papa Francisco ha establecido el penúltimo domingo del Tiempo Ordinario, a fines de noviembre, la Jornada Mundial de los Pobres, para que “en todo el mundo las comunidades cristianas se conviertan cada vez más y mejor en signo concreto del amor de Cristo por los últimos y los más necesitados”.
Es una invitación a toda la Iglesia y a los hombres y mujeres de buena voluntad a mantener, en esta jornada, la mirada fija en quienes tienden sus manos clamando ayuda y pidiendo nuestra solidaridad. Son nuestros hermanos y hermanas, creados y amados por el Padre celestial. Esta jornada tiene como objetivo, en primer lugar, estimular a los creyentes para que reaccionen ante la cultura del descarte y del derroche, haciendo suya la cultura del encuentro. Al mismo tiempo, la invitación está dirigida a todos, independientemente de su confesión religiosa, para que se dispongan a compartir con los pobres a través de cualquier acción de solidaridad, como signo concreto de fraternidad. Dios creó el cielo y la tierra para todos; son los hombres, por desgracia, quienes han levantado fronteras, muros y vallas, traicionando el don original destinado a la humanidad sin exclusión alguna.
Cabe recordar que el año pasado, además, se añadió otra plaga que produjo más pobres: La pandemia. Esta sigue tocando a las puertas de millones de personas y, cuando no trae consigo el sufrimiento y la muerte, es de todas maneras portadora de pobreza. Los pobres han aumentado desproporcionadamente y, por desgracia, seguirán aumentando en los próximos meses. Algunos países, a causa de la pandemia, están sufriendo gravísimas consecuencias, privando a las personas más vulnerables de los bienes de primera necesidad.
Viendo este panorama, es urgente dar respuestas concretas a quienes padecen el desempleo, que golpea dramáticamente a muchos padres de familia, mujeres y jóvenes. La solidaridad social y la generosidad de la que muchas personas son capaces, gracias a Dios, unidas a proyectos de promoción humana a largo plazo, están aportando y aportarán una contribución muy importante en esta circunstancia.
Que esta nueva Jornada Mundial se convierta para nuestra conciencia creyente en un fuerte llamamiento, de modo que estemos cada vez más convencidos de que compartir con los pobres nos permite entender el Evangelio en su verdad más profunda. Los pobres no son un problema, sino un recurso al cual acudir para acoger y vivir la esencia del Evangelio.
Es deseo del papa Francisco que la Jornada Mundial de los Pobres, que llega a su quinta edición, se arraigue cada vez más en nuestras Iglesias locales y se abra a un movimiento de evangelización que en primera instancia salga al encuentro de los pobres, allí donde estén. No podemos esperar a que llamen a nuestra puerta, es urgente que vayamos nosotros a encontrarlos en sus casas, en los hospitales, en las calles y en los rincones oscuros donde a veces se esconden. Es importante entender cómo se sienten, qué perciben y qué deseos tienen en el corazón.
Por: Narciso Obando López, Pbro.

