Queremos ser felices. Tenemos miedo de no llegar a serlo. Sobre todo, sentimos angustia ante lo que vemos como el gran enemigo de la felicidad: El sufrimiento. Por eso, en nuestro camino hacia la felicidad, buscamos cómo apartar el sufrimiento, cómo paliar los diversos dolores que van llegando.
Habrá quien diga que no tiene sentido “perder” la felicidad que está ahora en nuestras manos por culpa del miedo a un sufrimiento futuro que quizá nunca llegue.
Epicuro, entre otros, intentaron apartarnos de miedos considerados como inconsistentes, pues impedirían aprovechar la felicidad asequible en lo que ahora nos ofrece el presente.
Pero ni los consejos de la filosofía, ni los apoyos de buenos psicólogos, ni medicinas que alivian ciertos sufrimientos físicos o mentales, son suficientes para superar ese gran enigma del dolor humano.
Porque nuestra felicidad queda disminuida no solo cuando perdemos la salud, o el trabajo, o la fama, sino también cuando vemos sufrir a un ser querido, cuando constatamos la angustia de personas cercanas o lejanas que padecen injusticias y dramas que parecen interminables.
A pesar de tantos sufrimientos, el deseo de felicidad nos lleva a buscar caminos para paliar penas, para orientar el deseo a lo posible y bueno, para crecer en la vocación que nos caracteriza: La del amor.
En la búsqueda de la felicidad, encontramos una ayuda singular, decisiva, en el mensaje de Cristo. Con su humildad, su mansedumbre, su abandono en manos de su Padre, nos enseñó que hay vida, plenitud, bienaventuranza, incluso en medio de sufrimientos incomprensibles.
Este día habrá momentos mejores y momentos peores. Junto a los gozos sencillos (un vaso de agua fresca, el saludo de un familiar que nos anima, etc.) encontraremos sufrimientos previstos o insospechados (un dolor de cabeza, un gesto de desprecio de quien pensábamos era un amigo, etc.).
Tengamos muy en cuenta que no existe nada que podamos considerar la felicidad ideal, ni tampoco nada que nos la pueda proporcionar. No hay fórmulas preestablecidas ni doctrinas filosóficas absolutamente válidas. Pueden existir propuestas, frases hechas, slogans que de alguna manera nos dan pistas. Pero la felicidad no es algo que se encuentra como si lo hubiéramos perdido o una cima que ya estaba ahí y, que con mayor o menor esfuerzo, sólo tenemos que alcanzar.
Lo importante, ante tantas variaciones, ante lo imprevisible de los dolores que llegan y hieren nuestros cuerpos o nuestras almas, es abrirnos al amor de Dios, Padre bueno, y aprender de Él que nosotros podemos ofrecer alivio y apoyo a quienes, a nuestro lado, comparten alegrías y penas que forman parte de toda existencia humana.
Hay quienes buscan afanosamente la felicidad sin ser capaces de darse cuenta de que tienen lo necesario para ser felices al tener posibilidades de conseguir importantes momentos de felicidad. Si cambiamos nuestra manera de pensar, nuestra vida puede cambiar y sentirnos más felices porque, al fin y al cabo, en una buena medida, ser felices es “sentirnos felices”.
Por: Narciso Obando López, Pbro.

