Por: Ricardo Sarasty.
Esta semana se celebró el día del Profesor y muchos de los homenajeados aun pertenecen a esa generación de egresados como bachilleres durante los años 70 y 80. Por lo que son legatarios del modelo educativo al que se le agradece el ser mujeres y hombres de bien, hasta donde el relativismo moral acepta que se vean y valoren así. Sin sentirse obligados a cuestionar, así sea al interior de sus conciencias, el tener que buscar una justificación para una o más acciones reprochables socialmente. Puesto que, si con el currículo oficial se aprendieron normas morales y legales para actuar atendiendo la dignidad del otro, fue en el currículo oculto en donde se encontró todo cuanto se debió de conocer para la supervivencia en la realidad, lo requerido ante la necesidad de salir adelante en un medio en el cual la carencia de escrúpulos manda, como bien se ve, lo que permite ratificar que la buena educación recibida y reproducida tiene como referente el fenómeno y no la realidad. Es solo un ideal al que la exigencia de sobrevivir ya como víctima o como depredador hace a un lado,
Aunque después de 1983 la cuarta revolución industrial comenzó a hacerse evidente en la cotidianidad de las oficinas, los talleres y las instituciones escolares, esta solo alcanza a ser atendida como necesidad una década después. Cuando su presencia fue inevitable, al menos como parte de la logística del trabajo. Entonces para responder a esa necesidad se procede a efectuar cambios en las infraestructuras, adaptaciones para que las nuevas máquinas reemplacen a las existentes. Aquí se debe señalar que estos cambios solo fueron posibles en donde se pudo contar con la existencia de los recursos requeridos. Por lo que en la educación pública se vio en muy pocas partes pues la mayoría de las entonces escuelas y los llamados colegios se quedaron a la saga del progreso. Rezago que remarcó la pobreza en pleno siglo XXI durante los años de la pandemia.
En esta semana debió reflexionarse sobre la calidad educativa impartida por los herederos de esa educación fallida a la que también se le agradece la capacitación en el desempeño de un trabajo que no ha dejado satisfacciones, aunque frente a las exigencias de la ciencia y la tecnología de hoy se sienta complacencia con no dejar que atropelle, así represente muy poco en el campo de la producción y la calidad, con las obvias consecuencias en un mundo con modelos económicos que piden, seres capaces y no solo obedientes, críticos con soluciones y no dependientes de las órdenes y del azar.
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Mirando hacia atrás para buscar lo nuevo en educación, no es despropósito afirmar que si algún cambio se evidenció en la educación de los colombianos durante los años posteriores a 1983, solo corresponde a la infraestructura que permite ver edificaciones fastuosas, dotadas de aparatos cuyo propósito no ha pasado de ser otro diferente al de facilitador del trabajo docente y para los estudiantes al comienzo un motivador más para el aprendizaje por lo novedoso y llamativo, pero luego una muleta en la que dejan recaer toda las responsabilidades. En suma, hasta ahora, nada más que cambios cosméticos que afectaron la forma mas no en lo sustancial. Situación que no encuentra justificación alguna precisamente ahora cuando a las aulas han llegado ya no solo profesores normalistas, como hace 40 años, sino doctores en pedagogía, por lo que, mientras los profesores que olvidaron su fusión como docentes para pasar a ser sindicalistas de profesión defienden patas arriba sus escritorios, otros maestros, con la sola aspiración de cumplir con su vocación y conscientes de su responsabilidad, ven la necesidad de revisar el sistema educativo vigente y el papel del Estado como su administrador. para adelantar la verdadera revolución posible.

