La historia de Colombia en los últimos sesenta años ha estado marcada por el conflicto armado, nos hubiera gustado iniciar el 2021 diciendo que las consecuencias humanitarias del conflicto armado disminuyeron en el país, pero sucedió todo lo contrario.
En Colombia seguimos hablando de la existencia de al menos 5 conflictos armados, que cuyos actores continúan afectando la dignidad y la vida de la población civil.
Hace unos días tuve la oportunidad de viajar y recorrer la costa pacífica Nariñense, es muy triste ver en carne propia como esta parte del territorio colombiano ha sido tan olvidado por los entes gubernamentales, habitantes de más de 26 veredas de las riberas del río Patía en Nariño se encuentran confinados, otros han salido desplazados a la fuerza por culpa de la guerra.
La mano del estado nunca se ha visto por estos territorios, lo que se ve construido en vías lo han hecho los campesinos con sus propias manos y sus propios recursos, campesinos cultivadores de hoja de coca llegan cada domingo a vender los kilos que han logrado sacar de pasta de coca ya que no tienen otra forma de sobrevivir ni más oportunidades para salir adelante.
Cientos de personas se transportan en lanchas por largas horas para llegar a caseríos, veredas y corregimientos, a medida que baja el río Patía las historias son cada vez más desconcertantes, pueblos fantasmas donde sus comunidades huyeron para poner a salvo sus vidas.
Corregimientos con más de cien familias, en su mayoría madres cabeza de familia y menores de edad, los cuales llevan casi cuatro meses en confinamiento sin poder bajar al casco urbano por el temor a que les quiten la vida, en esta misma zona escenarios de combates entre disidentes de las Farc.
La mayoría de personas tienen temor de hablar, solo quieren que el estado a través de las fuerzas militares no los estigmatice más, pues ellos no son malas personas, ni guerrilleros ni paramilitares, solo personas que quieren salir adelante junto a su familia.
Por: Camila León Coral

