Por: Carlos Álvarez
Este era un propósito del presidente Petro desde la campaña. En esta columna varias veces escribimos sobre la restauración de las relaciones entre Colombia y Venezuela, por muchos motivos de orden político, económico y diplomático que no vamos a repetir hoy.
Fue uno de los absurdos graves la conducta del gobierno Duque, empezando por anunciar hace tres años que el régimen de Maduro tenía las horas contadas. Fue un despropósito tragicómico. En Lima el Presidente propuso ante los presidentes de la Comunidad Andina (CAN), el cambio de la política en América Latina sobre la lucha contra la droga. Para este propósito se necesita a otros países de la región como Argentina y por supuesto a Venezuela, importantísima en las rutas del narcotráfico en uno y otro sentido con una relación especial por razones obvias.
Las consecuencias de la diplomacia del gobierno serán de largo alcance. La primera a simple vista es la devolución de Monómeros a Venezuela, pero también en sentido contrario cuando se habla de la compra por parte de Colombia de la planta que quedó en quiebra en manos de Guaidó. Eso significaría el abastecimiento de fertilizantes para el campo colombiano y para el resto del continente, ahora que se ha triplicado el precio porque hay que importarlo inclusive desde Ucrania y Rusia en guerra.
Ni que hablar del impulso al comercio fronterizo e interno. Una frontera de más de dos mil kilómetros no es un juego, se necesita la cooperación de los dos países, de lo contrario olvídese de guardar la soberanía en la frontera de ambos.
En fin, el destino de Colombia y Venezuela está íntimamente ligado desde siempre. Colombia nació en Venezuela por inspiración del Libertador en 1819 a orillas del Orinoco, cuando los cañones Boyacá todavía estaban humeantes y los soldados venezolanos que remontaron Pisba estaban en Bogotá.

