Juan Carlos Cárdenas Toro

El prójimo es primero

Una persona importante invita a Jesús a cenar. Al notar que algunos invitados escogían los primeros puestos, Jesús con el evangelio de hoy (Lucas 14,1.7-14) enseña antes que cualquier cosa a buscar agradar a Dios y a no desgastarnos tanto por tener el reconocimiento de los demás.

Es una excelente oportunidad para recordar algunas actitudes cristianas que parecen haber entrado en desuso en nuestro tiempo.

 

1. Modestia

Nuestro tiempo nos incita constantemente a exhibirnos, a buscar reconocimiento. El mundo digital ha puesto en el primer plano a influenciadores, likes, seguidores. Hay muchos dispuestas a todo con tal de ser reconocidos.

La modestia es definida como la «actitud que modera el comportamiento, lo que implica contenerse para no sobrepasar ciertos límites conforme a lo que dictan los convencionalismos sociales».

Al invitarnos a no buscar los primeros puestos, Jesús invita a ser modestos. Una persona modesta es «alguien que sabe estar en el lugar que le corresponde, alguien equilibrado al que da gusto tratar, que, incluso en el porte externo y en las maneras, es educado».

 

2. Generosidad

El egoísmo, el exagerado amor propio nos pone en el peligro de no valorar a los demás y, consciente o inconscientemente, terminar pasando por encima de la dignidad de otros para obtener lo que queremos.

Jesús nos anima a poner primero a nuestro prójimo. Antes de actuar pensemos qué tanto bien o no puede hacerle a los demás. Un criterio para nuestras acciones.

Esta virtud implica cosas tan prácticas que hoy se han olvidado: Para poner un ejemplo, si estamos haciendo una fila y llega una persona anciana, una mujer embarazada, una persona en silla de ruedas, debería surgirnos espontáneamente el movimiento para invitarlos a hacerse delante de nosotros. Recordemos esto: Además nuestras necesidades están también las de otros; sepamos ser sensibles a ellos.

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3. Gratuidad

Parecería que esta última virtud está también muy olvidada. Hacer algo en favor de otras personas sin esperar recibir nada a cambio, experimentando el único gozo de ser útiles a los demás. Eso es gratuidad.

Es fácil dar a personas que de alguna manera podrán devolvernos el favor. Pero es mucho más meritorio y provechoso para nuestro crecimiento humano y espiritual ofrecer nuestra ayuda a quien no tiene ningún modo de retribuirnos nada más que un gracias o su sonrisa.

Superemos los cálculos a la hora de ayudar a otros, con el afán de ser gratificados o de tener cualquier rédito a cambio. La mejor recompensa que deberíamos esperar es hacerle la vida mejor a quien lo necesita. Eso debe ser más que suficiente y con seguridad también sumará para gozar, al terminar nuestro paso por este mundo, las promesas de Jesús.

Por: Mons. Juan Carlos Cárdenas Toro