Por: Manuel Eraso
Ismael Botina popular maestro Buchón, cuenta a su manera lo que sucedió después de la masacre de pastusos en la trágica navidad del 24 de diciembre de 1822. – sin la rigurosidad de los historiadores- pasada la pesadilla, donde los soldados hicieron y deshicieron de la ciudad, el general Antonio José de Sucre mediante engaños convocó a los varones mayores de 12 años hasta los ancianos, a darse cita en la plaza principal bajo la mentira que serían indultados. Esta convocatoria fue desde el 26 hasta el 31 de diciembre 1822. Cuando los hombres llegaron a la plaza fueron acorralados como animales y llevados prisioneros para Quito y Perú. Aquellos que los identificaron como espías, al paso por el cañón del río Guaitara los amarraron en parejas por la espalda y lanzados sin piedad por esos hondos peñascos ( dice la leyenda que hasta ahora se escuchan sus gemidos).
Bolívar entre tanto esperaba noticias en Túquerres donde hay una anécdota genial. La sociedad tuquerreña decidió organizar un baile en honor al Libertador. En plena fiesta Bolívar se quiso sobrepasar con una dama, una morena agraciada conocida como «la chata tomaza» ‘ quien se hizo respetar y sin importarle la dignidad del Libertador sacó la mano y le pegó tremenda cachetada a Bolívar. Silencio en el salón, creyendo que el ultrajado tomaría represalias, pero no ocurrió así. Simón Bolívar pidió excusas a la dama tuquerreña y prosiguió el baile.
Pesé a los duros golpes militares, el pueblo pastuso no bajaba la guardia, por la rebeldía de Agustín Agualongo.
Desde la ciudad sabanera, Bolívar toma una decisión militar trascendental y es la de persuadir por las buenas o por las malas a los curas para que desde el púlpito ayuden a la causa libertadora. Cura que no accedía lo desterraba y pedía cambio desde Quito, además los bienes de quienes no lo seguían fueron confiscados sin contemplación.
Agustín Agualongo seguía empeñado en luchar contra el ejército libertador pese que era muy superior en cuanto a número de hombres.
Bolívar aprovecha la novatada de Agualongo y con estrategias engañosas lo lleva hasta Ibarra y en las calles de esa ciudad le da tremenda derrota. Hasta allí llegó Agualongo, 17de julio 1823.
La táctica de convencer a su favor a jerarcas de la iglesia dio resultados positivos, y uno de los obispos más influyentes que se volteo de la noche a la mañana fue Salvador Jiménez de Enciso quien hasta hace unos meses atrás era enemigo acérrimo de la campaña libertadora, sin embargo fue quien le dio la bienvenida al libertador en Pasto, encabezando una procesión, como si fuera un Dios.
La gente decía…plátano que no se voltea… se quema.
Así terminó la triste historia de la rebelión pastusa.