Es preocupante como se filtra en muchos ambientes el insulto, la descalificación y la agresión. Sin darnos cuenta nos vemos sumergidos en situaciones de falta de respeto hacia los demás. Hasta las cosas más insignificantes nos descomponen y nos hacen reaccionar de manera irracional.
Así mismo, cuando hemos sido heridos y llevamos un dolor en el alma, también podemos ser orillados a responder con la misma agresividad, con la misma maldad de la que originalmente hemos sido víctimas. La negatividad termina por normalizar la agresión y las heridas que llevamos descomponen las relaciones.
Cansados y desanimados por la violencia imperante, necesitamos del consuelo de la Palabra del Señor para superar esta espiral de mal y generar un ambiente de paz, unidad, respeto y reconciliación.
Al principio podemos estar a la defensiva y sentir que no se puede vivir el mensaje de Jesús, que es imposible de aplicar en nuestros tiempos. “Hay que defenderse, hay que desquitarse, no hay que dejarse”, dirán algunos. En efecto, no hay que dejarse envolver por el mal, no hay que dejar que el mal que golpea una vez, se anide para siempre en nuestro corazón, respondiendo con esta lógica mundana.
Las palabras de Jesús son claras: “amemos a los enemigos, hagamos el bien a los que nos aborrecen, bendigamos a quienes nos maldicen y oremos por quienes nos difaman”.
Un mensaje contracultural que rompe radicalmente con el odio y siembra semillas de paz, unidad y respeto. La fe nos pone siempre del lado del amor, la alegría y la esperanza. No importa lo que hayamos vivido y las agresiones que hayamos recibido. Es posible sanar y no permitir que el mal que nos golpea, se instale en nuestro corazón.
Solo con la ayuda Cristo Jesús es posible romper la dinámica del mal, con el bien; del odio, con el amor; de la violencia, con la paz. Nos toca a nosotros creer y replicar el modo de vivir de Jesús.
No basta con ser correctos y formales. La fe cristiana nos llama al amor auténtico y a la reconciliación como valores que tienen la capacidad de sanar a este mundo lastimado y de engendrar al hombre nuevo.
Con escuchar a Jesús que nos habla en estos términos se experimenta la paz y el consuelo ante tantas cargas y heridas que traemos. Se siente inmediatamente la novedad de su mensaje frente al discurso de división que escuchamos todos los días; nos regresa la alegría que debemos compartir como apóstoles que revelan la maravilla de la fe.
Pidamos al Señor que nos sane de nuestras heridas y que nos convenzamos de la bondad de su modo de vivir; para que amemos a los enemigos y hagamos el bien a todos. En el perdón se realizará el milagro más asombroso para que se haga realidad el cielo y la felicidad en este mundo.
Por: Narciso Obando.

