Sucede que por allá en el siglo XVI los Papas León X y Pio IV impusieron la censura a la publicación y lectura de libros considerados, por las autoridades de la iglesia católica, como perniciosos. El Papa León X cumpliendo con lo acordado en el concilio de Letrán y el Papa Pio IV con lo convenido durante el concilio de Trento. La censura se establece como salvaguarda de la fe católica ante la propagación de escritos que siguieron a la reforma protestante liderada no solo por Martín Lutero, sino que también por Calvino y otros pensadores de la época como Tomás Moro y Erasmo de Róterdam, en cuyas obras cuestionaban el gobierno eclesiástico, su manejo de la doctrina y la alianza con el gobierno civil que la había convertido en opulenta y alejada de los pobres a los cuales decía servir.
En el marco de la crisis generada por los llamados reformista, el gobierno eclesiástico establece una normatividad mediante la cual regir el comportamiento de la feligresía, en una época en la que los Papas ponían reyes y los reyes ponían Papas. Para ello se reúnen en el V Concilio de Letrán donde se reconoce la existencia del alma particular para cada hombre y se faculta únicamente a las autoridades de la iglesia para ordenar la impresión de cualquier texto. Años más tarde durante el concilio ecuménico de Trento, llamado así porque se atendió la solicitud de los protestantes para reunirse y buscar dirimir las diferencias y desde el catolicismo buscar concertar posiciones para que los llamados protestantes regresaran al seno de la iglesia de Roma. Objetivos fallidos pese a que la sola organización conllevó poco menos del tiempo de su desarrollo que fue de 18 años. Después de muchos ires y venires con cantidad de dimes y diretes, de montón de tejes y manejes entre representantes del catolicismo y el protestantismo como también de los Reyes de Alemania, Inglaterra, Francia y España. No obstante al final solo fructificó en un mayor distanciamiento entre protestantes y católicos, en el marco de las alianzas entre una y otra casta monárquica, todas sedientas da poder.
Entre la cantidad de observaciones, consideraciones y ordenes aprobadas tras agobiantes discusiones entorno a los dogmas y las posibles reformas a la iglesia, se encuentran proposiciones como la que manda a interpretada la Biblia según el testimonio unánime de los Padres
La primera lista de libros prohibidos contiene 700 títulos, la mayoría escritos en latín y una tercera parte aún no había llegado a las manos de los lectores, por lo que su prohibición obedecía más al ánimo preventivo. Llama la atención que entre los escritos prohibidos se encuentren obras de sacerdotes católicos como San Ignacio de Loyola, a los cuales por esos días el Santo Oficio señalo como los iluminates, considerándolos peligrosos por no ser neutrales al compartir pareceres con los protestantes y judíos. De los censores diría la vox populi que no eran sabidos de letras aunque cobraban por hacerlo.
Por: Ricardo Sarasty.

