Por: Fernando Alexis Jimenez
Decenas de campesinos nariñenses viven la incertidumbre sobre qué hacer para sobrevivir, tras un invierno demoledor y la sequía que se avecina.
Si en otras épocas la mayor disyuntiva de los campesinos nariñenses era escoger qué producto sembrar en sus tierras, hoy el interrogante que se levanta como un gigante y que viaja con las nubes hasta llegar a todos los rincones, es qué hacer tras el intenso período lluvioso que devastó las cosechas, y la expectativa por la eventual llegada del fenómeno del Niño.
Acueductos, puentes y vías temporalmente inhabilitados por el invierno inclemente arrojan un saldo preocupante: más de 12 mil familias afectadas. ¿Qué hacer? Asentarse en las cabeceras municipales no es una solución, como tampoco mudarse a la capital. La respuesta está en el campo y muchos lo abandonan por falta de garantías y oportunidades.
A los aguaceros torrenciales que hicieron temer que se trataba de un segundo diluvio universal, con la diferencia de que no estaba el patriarca Noé para que construyera un arca, se suma ahora el panorama ensombrecido de una sequía que, según el Ideam, amenaza con ser prolongada.
“Con cara perdemos y con sello, también”, diría don Alirio en el mercado del pueblo, después de mirar las escasas posibilidades para generar ingresos en la ruralidad, y lo demoledor que ha resultado el cambio de climático, en la región y en el país. Reconoce, con resignación, que Nariño ya no es la despensa agrícola del suroccidente colombiano.
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Si usted se sentara al atardecer con un campesino de piel curtida y manos acostumbradas al azadón, descubriría en sus palabras el anhelo de estar en su tierra y no aventurarse en espacios que no conoce o en los que no se amaña.
Lo que resta, y apropiándonos de las promesas del presidente Petro, es que el progreso comience por el sur y que el Departamento, con el apoyo de la bancada parlamentaria, figure en la agenda de inversiones y créditos blandos que alivianen la pobreza que vive el campesinado nariñense.

