Jorge Carvajal Pérez

Y, ¿dónde están las cometas?

Estamos hoy a 10 días para que termine agosto y no he visto la primera cometa en los cielos de Pasto.

Eso es algo que me entristece, puesto que precisamente las cometas constituyen uno de los más hermosos recuerdos de mi infancia. Por eso, siempre anhelaba la llegada de agosto, para atosigar a mi papá desde el primer día para que no se fuera a olvidar de traerme mi cometa.

En mis años de niñez en Cali mi tierra natal, las cometas eran una verdadera pasión. Todos los niños y niñas queríamos tener una y había quienes las hacían con unos palitos, papelillo y engrudo, pero ese no era mi caso, puesto que salí reprobado en trabajos manuales. Así las cosas, mi papá me las compraba y la colaboración de mi mamá era la de dotarlas de cola, para lo cual utilizaba retazos de sus costuras.

En estos tiempos, había muchos terrenos baldíos, los que en Cali eran conocidos como “mangones”, donde íbamos a elevar las cometas aprovechando los fuertes vientos de agosto, en unas tardes maravillosas que siempre perduran en nuestra memoria y, que como se dice, “no volverán”.

Pero, ya cuando peino canas me preguntó con mucha preocupación, ¿Dónde están las cometas? Como les decía ya agosto entró en su recta final y no he visto la primera. En ese sentido, la impresión que tengo es que ya los niños no encuentran divertidas las cometas puesto que la tecnología los absorbe por completo y ese fenómeno no solo es en Pasto, sino en todas las regiones de Colombia.

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Lástima por las cometas, pero esto nos muestra una verdad de a puño: qué con el paso de los años, los tiempos y las tendencias cambian y los niños prefieren hacer otras cosas, que consideran más atractivas.

Por lo que estamos viendo, las cometas pasaron de moda y por eso ahora no las hemos visto llenando de color los cielos de Pasto, ni tampoco ahora es negocio como lo era antes, la fabricación de unas cometas que se vendían como pan caliente.

Así que, con mucho pesar me parece que le tendremos que a las cometas le debemos abrir un espacio en el baúl de los recuerdos al lado de los yo-yos, el balero, las bolas de cristal y las máquinas de escribir. Es lo único que se puede hacer puesto que ya nadie las eleva y no es precisamente por falta de viento.

POR: JORGE HERNANDO CARVAJAL PÉREZ