Por: Victor Rivas Martínez.
El águila es símbolo de majestad, poder y victoria a lo largo de la historia. Tienen tanta fuerza que son capaces de levantar presas que superan su propio peso. Poseen un pico grande y garras poderosas. Su vista, además de ser aguda se caracteriza por tener dos puntos focales, uno para mirar de frente y otro para los costados, hecho que les permite ubicar sus presas desde grandes alturas.
Construyen sus nidos con plumas, hierbas y espinas. Las hierbas y las plumas le dan al nido un ambiente cómodo y confortable para que los polluelos puedan nacer y desarrollarse.
Cuando el aguilucho llega a cierta edad, la madre bota del nido las plumas y las hierbas, de tal forma que solo queden las espinas. Estas de inmediato molestan a la criatura, haciendo perder su estado de confort, hecho que lo obliga a salir volando o a buscar otra casa.
Cuando la madre siente que su polluelo está en capacidad de valerse por sí mismo, desde determinada altura lanza a su hijo y empieza a enseñarle a volar. No importa si el aguilucho está en capacidad de hacerlo y si el viento le gana o empieza a caerse.
En estas circunstancias, la madre lo acompaña y cuando lo ve en peligro lo rescata en las alturas, lo sube y repite el ejercicio hasta que la criatura sea capaz de volar por sus propios medios.
Así debemos ser con nuestros hijos. Criarlos en la medida que nuestras comodidades nos lo permitan, dándoles amor y facilitándoles lo necesario para que puedan sobrevivir. Pero cuando ellos tienen la capacidad de sostenerse tenemos que lanzarlos a conquistar y conocer el mundo tal como es.
No podemos tener hijos dependientes u holgazanes. Cuando empiezan la edad madura no pueden seguir en el nido de sus padres. Deben asumir sus responsabilidades para que puedan enfrentarse a la vida y ganar su propio sustento, superando todas las dificultades. Cuando criemos hijos como las águilas seguro que ellos conquistaran el mundo, así vuelan o vuelan.

