Luis Eduardo Solarte Pastás

Violencia en un país animalesco

Colombia, país en el cual la violencia ha dejado de ser una simple palabra que años atrás permitía saber con certeza quién o quiénes eran los que ponían los muertos, es en la actualidad un inmenso laberinto en donde todas las salidas posibles parecen estar taponadas por cada uno de los tentáculos de ese gran “pulpo” en que se ha convertido la violencia.

Ante esa triste realidad, resulta imposible poder determinar a ciencia cierta si los cadáveres que hoy ruedan por campos y ciudades pertenecen a los grupos subversivos, a los paramilitares, a la delincuencia organizada o común, a los defensores de los derechos humanos, o a una población civil.

Lo cierto de todo es que hoy innumerables madres, esposas e hijos lloran a uno o varios de sus seres queridos, así estos haya o no participación alguna en la ola de terror y de desangre que impide cada vez más la consecución de una auténtica paz con justicia social y equidad para un pueblo colombiano ansioso de ella.

Frente a ese desolador panorama de destrucciones y muertes en que se halla sumido el país se ha perdido el respeto por la persona humana. “Nos volvimos un país animalesco, selva, es decir, reinado del más fuerte, del más astuto”.

Se asesina indiscriminadamente porque se tiene la convicción que el asesinato de unos colombianos es un bien para otros colombianos.

 

Y tal como se presentan las cosas, “unas de las partes en guerra parecen afirmar que estamos en una sociedad justa y que sus adversarios están demoliendo esa situación buena; por consiguiente, ellos son injustos y deben ser eliminados para que la justicia se mantenga. De la otra parte, se alega que la situación en que vivimos es de injusticia y que la guerra busca eliminar los elementos injustos para instaurar una sociedad justa”.

Pedir, clamar a gritos para que quienes tienen las fórmulas y mecanismos dentro del ámbito legal o fuera de él que salven a nuestra querida patria, pienso que cada vez se convierte en una utopía porque nadie, absolutamente nadie de los actores de esta guerra absurda y sin nombre, quiere aceptar el monopolio de la violencia y decir esta boca es mía para atribuirse la muerte de tantas personas inocentes.

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Sin embargo, una inmensa mayoría de colombianos mantienen un hálito de esperanza en que se abra un sendero que conlleve a la tan anhelada pacificación de esta herida y resquebrajada Colombia; pero para ello se requiere de una verdadera y auténtica conciencia de estar dispuestos a hacerlo por parte de los principales actores del conflicto.

Y, además, se necesita que la apertura de ese sendero no sea producto de ánimos caldeados y protagonismo disfrazado de intereses politiqueros sino más bien de una lucha constante, abierta y sincera de quienes quieran transitar por él, tal y como lo han demostrado siempre todos aquellos que en verdad sufren y padecen al ver que la vida y la libertad continúan siendo cercenadas por la intransigencia y caprichos sin sentido alguno de los que dan a entender ser dueños de la muerte y que impiden que llegue un nuevo amanecer.

Por: Luis Eduardo Solarte Pastás