Por: Mons. Juan Carlos Cárdenas Toro
En el evangelio dominical (Lucas capítulo 16), Jesús propone a sus discípulos la parábola del administrador injusto. En ella deja claro el peligro que representa la ambición como un veneno que nos impide entregarnos totalmente a Dios.
Les propongo estas tres palabras como antídotos contra la corrupción que genera en el alma la ambición.
1. Formar la conciencia
Qué importante es tomar unos minutos diariamente antes de irnos a dormir para evaluarnos delante de Dios y preguntarnos en qué hemos acertado, en qué nos hemos estancado, en qué nos hemos equivocado.
Examinarnos regularmente hará que nuestra conciencia, bien formada, nos advierta a tiempo de los hábitos de vida, de los apegos que nos pueden llevar a endiosar lo material, representado aquí por el dinero. Examinar nuestra conciencia nos ayuda a recordar que todo lo recibimos de Dios y a Él le tenemos que dar cuenta.
2. Voluntad de enmienda
El personaje de la parábola, tan pronto supo que vendrían a pedirle cuentas empezó a arreglar lo que no había hecho bien. De cierta manera, podemos decir que comenzó a reparar sus errores: tuvo la voluntad de enmendarse, de corregir.
En este sentido, recuerdo una frase del Papa Francisco: “pecadores sí, corruptos no”. Con esto el Santo Padre mencionaba que el pecador es alguien que nunca se siente cómodo con sus caídas; pecar le da vergüenza y lucha por levantarse para agradar a Dios. En cambio, el corrupto es la persona que ha hecho del pecado su estilo de vida, se acostumbró a ello y no le interesa cambiar. El Papa dice que este tipo de actitud produce una barrera que le impedirá emprender un proceso de conversión.
No ponerle límites al deseo de tener y acumular cosas materiales nos lleva a terminar esclavos de la ambición y, por consiguiente, va corrompiendo el corazón. No dejemos de querer corregirnos siempre, cada día y hagámoslo en verdad.
3. Servir solo a Dios
«No pueden servir a Dios y al dinero». Esta palabra de Jesús es contundente. El dinero representa aquí los apegos materiales que van ocupando insaciablemente el lugar que solo le corresponde a Dios.
La ambición es como un saco roto que nunca se llena. Si nos enfocamos sólo en conquistar y conseguir bienes materiales nunca estaremos completamente satisfechos. Una cosa nos atrae, la conseguimos y al momento ya ha salido otra mejor. En cambio, si damos nuestra vida al Señor; si lo ponemos en el primer lugar y dejamos que sea él quien inspire nuestras acciones y decisiones, la paz que esto dará a nuestra vida no la puede dar nada ni nadie más. Que Dios sea nuestro mayor tesoro y nuestra mejor aspiración.

