Ha sucedido que nos han ido acostumbrando a entender las palabras por fuera del contexto de los sucesos o del sentir que produce la necesidad de comunicar. Uso del idioma por demás inadecuado puesto que el origen del lenguaje se encuentra en la necesidad que tuvo el abuelo homo sapiens de compartir sus experiencias, sus sentires y necesidades con los congéneres que lo rodeaban sin más otra intención de mostrar la realidad.
Este origen del lenguaje es el que ayuda a caracterizar al ser humano como ser inevitablemente social y a su vez lo obliga a hacer uso de los medios que tiene a su alcance para la comunicación, como las palabras, para generar confianza, credibilidad. Propósito que le fue difícil mantener al sapiens sapiens desde que pudo darse cuenta que sobre las palabras podía levantar pedestales en su constante deseo de, si no poder, superar a sus dioses, igualarlos.
Ambición desmedida que todos los pueblos ilustran con un mito igual al de la Torre de Babel, mitos que deben de cumplir con la función didáctica de enseñar la importancia de las palabras en la consecución de cualquier propósito, pero también los riesgos que se corren de no poder llegar a la conclusión de lo propuesto en tanto que se ha abusado tanto de ellas, que terminan desvirtuados sus significados y por lo mismo imposibilitando la comunicación, innegablemente necesaria durante la realización de un trabajo.
Es que lo demostrado en mitos como el Babelia solo debe llevarnos a pensar en lo imprudente o desfachatado que se puede llegar a ser cuando se avanza por el mundo enceguecido por la ambición, apoyado en las palabras, usándolas como herramientas e insumos y si también como sus armas.
Nada distinto lleva a pensar el leer titulares en la prensa como estos: “Escándalo de corrupción compromete conectividad de miles de niños” El Tiempo, 9 de agosto. “Lo vivido a raíz de los bloqueos generó un incremento en la tasa de homicidios del 11%”: mindefensa Diego Molano. Revista Semana. En el titular del diario el tiempo se pone al escándalo como responsable de la frustrada conectividad que favorecería a los niños de las áreas rurales, librando de ella a los que permitieron que los ladrones esta vez no entraran por la puerta de atrás, ni por ventosa, sino por la de enfrente y de día, sin más armas que el estilógrafo con el que firmaron los contratos.
Pero para aquel periodista que titula la noticia resulta infame el haber puesto al descubierto el tumbe y no el acto criminal. Para él y la sala de redacción los niños que se quedaron sin internet en sus ranchos deben culpar a los que prendieron las alarmas y gritaron ladrones, ladrones y no a los ladrones ni a los que debían de garantizar la seguridad en el edificio del ministerio.
En el segundo ejemplo, que es una aseveración del ministro de la Defensa, tomada para titular, no se hace sino eco a la intención del representante del gobierno de mantener como causa única de toda la violencia que hoy agita al país al paro y las acciones realizadas durante él. Olvidando, los periodistas de Semana, incluso que las altas tasas de homicidios en Colombia vienen en alza desde antes de la pandemia, que durante la pandemia si bien disminuyeron no cesaron y que después de ella alzaron hasta en aquellos rincones del país donde no hubo quienes pararan.
Estas son dos pequeñas muestras de cómo se usa el idioma de manera conveniente, mas no adecuada. Como cuando en un oficio de citación el fiscal utiliza la palabra “invita” para llamar al general Montoya a declarar como responsable de un crimen, desvirtuando aquí el oficio de la ley.
Por: Ricardo Sarasty.

