P. NARCISO OBANDO
Perdonar, ser perdonado y perdonarse a sí mismo, son excelentes llaves para conseguir la felicidad. Cargar con el remordimiento contra el prójimo, no ser capaz de reconocer los propios errores, soportar un sentimiento de culpa innecesario, por un error que ya nos han perdonado, son los caminos más fáciles para no ser felices. A pesar que la felicidad está a nuestro alcance, no es tan sencillo perdonar, ni perdonarse, ni pedir perdón
Un componente imprescindible para alcanzar la felicidad es ser conscientes de las propias limitaciones. Pero, darse cuenta que uno es limitado no es excusa para tratar de justificar los errores, o para no intentar luchar por no cometerlos. Por eso, junto a esta necesaria idea de que todos podemos caer, tiene que ir conjuntamente la importancia de pedir perdón, es decir, de reconocer nuestro error, saber que es un error, tratar de evitarlo desde ese momento, pero seguir adelante con fuerzas renovadas.
El perdón hacia los demás y hacia nosotros mismos de los errores o de las situaciones vividas es un bálsamo, que nos ayuda a vivir la vida más tranquilamente. No somos perfectos, nos equivocamos, al igual que otros lo hacen.
Perdonar es abrir una válvula de escape para permitir la salida del veneno acumulado por el odio, el rencor y el resentimiento. Cuando una persona perdona, no está ayudando a quien la ofendió, se está ayudando a sí misma, porque se está deshaciendo de los sentimientos negativos y está recuperando el equilibrio y la paz interior.
El perdonar requiere de valentía para desprenderse de la ira o del enfado y para comprender que detrás de la falta de delicadeza o de criterios maduros existe una persona con mucho miedo para haber actuado con mayor cordura.
El perdonar trae como resultado, buena salud mental y física. Es justo y necesario que manifestemos nuestra solidaridad con Dios, que es nuestra única fuente de bienestar y felicidad, y para que eso ocurra, aprendamos y empecemos a perdonar, y los beneficios se verán reflejados en nuestra vida cotidiana.