Juan Carlos Cárdenas Toro

Todos en misión

El envío de otros setenta y dos a la misión por parte de Jesús (Lucas 10, 1-12. 17-20) nos recuerda que la misión no es solo para sacerdotes, religiosos y religiosas sino que cada bautizado debe sentirse llamado por el Señor a anunciarlo.

Después de mirar algunas exigencias para la misión el domingo anterior, este domingo hay otros detalles interesantes, de los cuales destaco estos tres:

 

1. Abrir camino

«Y los mandó delante de Él». Parte de la misión de los discípulos del Señor es disponerle el camino. De alguna manera, esto significa llegar al corazón de la gente, llevarlos a esa experiencia de Dios, al punto que en el corazón de las personas se anide un sincero deseo de Dios.

Nunca el misionero va a ser más importante que el Señor: no se pone en el centro ni se vuelve protagonista sino que se sabe mensajero.

 

2. Nunca suficientes

«La mies es abundante y los obreros pocos; rueguen, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies». El campo de la misión siempre será más grande que el número de misioneros con los que se podrá. Ni siquiera en los tiempos de mayor florecimiento vocacional han sido suficientes las personas para poder llegar a tantos que el Señor quiere tocar con su mensaje.

No podemos esperar a ser suficientes para cumplir la misión y tampoco podemos usar como excusa el ser pocos para no ser más comprometidos en la misión. No miremos el tamaño de la misión, enfoquémonos cada día en ir realizando el encargo que se nos confió. Uno a uno, casa a casa, sector a sector, poco a poco con dedicación y constancia, como el fermento se irá llegando con la gracia de Dios a los más posibles.

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3. Alegrarse por la razón correcta

«…no estén alegres porque se les someten los espíritus; estén alegres porque sus nombres están inscritos en el cielo». Al final de la experiencia misionera los 72 enviados llegaron muy contentos por los resultados que vieron: sin embargo, el Señor los hace poner los pies sobre la tierra. Es una manera de prevenirlos contra la tentación del éxito, de la popularidad, de la vanagloria.

No nos hacemos discípulos de Jesús ni vamos a la misión para tener reconocimiento, sino para buscar la gloria de Dios y al final, alcanzar la gloria de la eternidad. Nuestra alegría se debe poner en la esperanza de al final, para usar las mismas palabras del Señor, nuestros “nombres estén inscritos en el cielo”.

El papa Francisco muchas veces nos ha advertido del peligro que encarna el “carrerismo” en la Iglesia.

Vayamos disponibles y humildes a la misión.

Por: Mons. Juan Carlos Cárdenas Toro