El suicidio es un fenómeno tan antiguo como la existencia misma de la humanidad. A lo largo de la historia, las distintas culturas que han poblado el planeta han considerado el suicidio de manera distinta, en función de los principios filosóficos, religiosos, intelectuales, sociales y económicos que han ido imperando en cada momento.
Según tratadistas e investigadores sobre el tema del suicido, cualquier sujeto puede, en determinado momento de su existencia, sentir que la vida no tiene sentido por diversas causas, como la enfermedad física o mental, la pérdida de una relación valiosa, un embarazo oculto o no deseado, la soledad, las dificultades cotidianas en personalidades poco tolerantes, lo que convierte el suicidio en la mejor y única opción para ellos.
Es así como la Organización Mundial de la Salud (OMS), manifiesta que unas 800 mil personas se suicidan cada año. Y que las muertes por propia voluntad representan la segunda causa de fallecimientos entre los jóvenes de entre 15 a 29 años, después de los accidentes de tránsito.
Y en Colombia, la situación no es nada alentadora porque los suicidios, a juicio del Dane, es la tercera causa externa de muerte entre los adultos de 29 a 59 años y jóvenes de 18 a 28 años.
En ese sentido, un informe entregado por la “Defensoría del Pueblo, entre enero de 2015 y julio de 2022 se cometieron 2.060 suicidios y se registraron 32.719 intentos de suicidios entre niñas, niños y adolescentes. Este organismo también señaló que, en el primer cuatrimestre de 2022, el Dane registró 903 lesiones autoinfligidas, de las cuales el 16,16% (146) corresponde a menores de 19 años”.
Así las cosas, el tema del suicidio en el país es una realidad compleja de la que se habla poco y con evidentes sesgos e inexactitudes que conducen a su invisibilización, bien sea por vergüenza, culpabilidad o temor a un efecto imitación.
Pero esto tiene que cambiar. El suicidio no puede ser silenciado en un momento tan crítico como el actual, en el que ha crecido de forma alarmante el número de personas que afronta el deterioro acelerado de su salud mental por los efectos de la pandemia.
Preocupa constatar, a través de estos dramáticos registros, cómo luego de la covid se empujó al límite del suicidio a quienes ya eran extremadamente vulnerables a causa de enfermedades físicas o mentales, abuso de sustancias psicoactivas y alcohol o problemas familiares y afectivos, en el caso de los menores de edad.
De allí que, es un error interpretar que los suicidios o intentos de muertes autoinfligidas son casos aislados que se limitan a meras tragedias familiares.
“Un suicidio es como una bomba atómica que explota y arrasa con todo lo que encuentra en su camino e impacta negativamente a la sociedad entera”.
Finalmente cabe señalar que en el Informe de la Defensoría del Pueblo se manifiesta que “a pesar de la existencia de legislaciones como la Ley de Salud Mental 1616 de 2013, diseñada para garantizar el derecho a la salud mental, especialmente en niñas, niños y adolescentes, las cifras de suicidio entre este grupo demográfico indican una necesidad imperiosa de reforzar los programas de promoción de la salud mental y prevención de los trastornos mentales”.

