Vengo de un largo recorrido por la hermana República del Ecuador. Lo que a continuación sigue es la expresión de un turista sorprendido y a la vez alejado y distante de opiniones con sentido político en cualquier dirección que pueda tomarse; simplemente es la expresión grata del asombro.
He visto a lo largo de todo el país sobre la sierra de los Andes y sobre la costa del Pacífico, una evolución, progreso y transformación; como la mayoría de la gente del sur de Colombia, he sido testigo de algunas deficiencias en varios aspectos que limitaban un grato recuerdo de un paseo. En la ruta por la costa desde el norte hasta los límites con el Perú, es de una belleza sorprendente y cuando se llega a cada sitio es palpable el cambio de sus pueblos y ciudades. Las vías, muy buenas, las troncales de doble calzada, algunas de tres carriles, con excelente señalización.
Visitando varias playas además de su belleza natural, no se ve un solo papel en la arena y la limpieza de sus ciudades causan la mejor impresión para el viajero, en este último punto vi con mucha alegría el progreso urbanístico de Guayaquil sobre todo en la amplitud de avenidas, viaductos, desvíos a pesar del intenso tráfico en horas pico, es suficientemente fluido para evitar congestiones que anteriormente atormentaban a los visitantes.
Hablando de Quito, si bien el centro histórico, colonial y republicano, siempre fue una joya pero un tanto descuidado, desorganizado y no tan limpio, ahora está finamente conservado y además con el metro subterráneo, semejante al de las ciudades europeas.
Naturalmente se nos previno de la inseguridad en las ciudades pero que el turista cuidadoso no alcanza a percibir. En buena hora por el progreso del país vecino, que hace parte importante del continente Iberoamericano, limítrofe con Colombia y con una historia común que unen nuestros destinos.

