Por: Ricardo Sarasty.
Por allá en 1989, cuando se desempeñaba como vicerrector académico de la Universidad Nacional, publicó el Dr. Antanas Mockus, en el entonces Magazín Dominical de Espectador, un escrito en el que preveía la gestación y nacimiento de una nueva clase social, en términos del Marxismo otra división social del trabajo, como resultado de la vocación por el conocimiento. Diferenciada esta de la erudición en tanto que va más allá de la sola distinción que puede otorgar el saber enciclopédico y las destrezas técnicas que se pensaban destinadas solo para personas excepcionales y (o) pertenecientes a un sector exclusivo de la sociedad. Lo que se avizora es una clase social conformada por hombres y mujeres que ya no solo van a buscar desempeñarse transitoriamente en cargos de dirección y mando por virtud de la adquisición de saberes encontrados en y para la ilustración, un cúmulo de información reunida en lo que se denominó cultura general y buenas maneras, propias de la hasta entonces “buena educación”.
Son los pertenecientes a esta nueva clase social, formados en universidades que se apartaron de la función medieval que las destinaba a formar académicos únicamente para mantener nutridas las elites de la política y la economía, los que ahora asumen el debate en defensa de las transformaciones requeridas para avanzar hacia la construcción de un nuevo modelo de país. Profesionales cuya vocación se realiza solo cuando se desempeñan como investigadores porque ya no pretenden abarcar todos los saberes, se especializan para dominar el que les permite adentrarse en la realidad, analizarla, experimentar dentro de ella y aplicar lo obtenido o validado en su mejoramiento. A diferencia del erudito que defiende lo construido, aunque vetusto u obsoleto, porque forman parte de su bagaje de intelectual y como tal cree que, sin eso, aunque añejo y sin utilidad alguna, su título de profesional pierde significado.
El de ahora ya no es el abogado que encantaba con la palabra y el raciocinio fácil. El medico hoy no está únicamente para el momento de la consulta y las operaciones, igual que el ingeniero civil, quien más que la sola construcción busca solucionar un problema. La nueva clase de trabajadores se han formado en sus disciplinas científicas o tecnológicas para contribuir a mejorar las condiciones de vida que permitan vislumbrar un futuro para todos. De ahí que se admire en ellos no solo sus capacidades intelectuales sino la tenacidad y la disciplina que los lleva persistir en los proyectos que emprenden, por lo que terminan sorprendiendo por igual a escépticos y dogmáticos, ambos ortodoxos y por lo tanto sin capacidad para moverse más allá de las reglas, las que consideran sagradas y por lo mismo infranqueables así solo representen la muralla que se debe de derrumbar para descubrir que el mundo de verdad es mucho más ancho y por lo mismo con más posibilidades de vida.
Puede interesarle: https://www.diariodelsur.com.co/no-mas-violencia-contra-la-mujer-3/
Pero el parto de esta nueva clase de profesionales, como todo parto no ha sido fácil y de la misma manera su supervivencia. Pues desde su aparición se ha debido enfrentar a una oposición férrea de parte de los que defienden las tradiciones por ser solo eso, mas no por que signifiquen un acopio de saberes y practicas necesarias aún. Y lo más peligroso, desconociendo el riesgo que muchas de ellas representan al no obedecer, por el contrario, desestimar los avances de la ciencia y su aplicación allí donde las practicas heredadas ya no alcanzan ni satisfacen las exigencias de las nuevas dificultades, pero también de las que persisten pero que se agravan al cambiar de contexto. No obstante, ahí están y son los Prometeos de este nuevo siglo, consientes de su sacrificio y a la vez satisfechos de poder traer más luz a este mundo.

