Gandhi como todos los pertenecientes a su casta que era alta había estudiado derecho en Londres por lo que veía con buenos ojos el colonialismo británico y lo justificó hasta cuando fue víctima directa de la discriminación en un tren de Inglaterra, cuando ya ejercía como abogado. Él, que solo tenía elogios para la cultura occidental y su llamada civilización hasta el día en que fue expulsado del vagón de primera clase por ser “samí”, cambió de parecer tanto que su lucha comenzó por el rechazo a las leyes que conocía bien como profesional del derecho, pues en su análisis del conjunto normativo y de la manera como el Estado inglés las hacia cumplir pudo concluir que todo el edificio teórico tanto del derecho natural como del positivo se sostenían mediante su imposición violenta. En tanto que anclaban buena parte de su fundamentación filosófica en la teoría estoica que plantea la necesidad de aceptar los daños colaterales como necesarios mientras la intención que conlleva a causaros fuese buena. Pero ¿quiénes señalan en una sociedad clasista, excluyente, que es lo bueno y para quienes?
La búsqueda de la respuesta a esta pregunta fue la base sobre la que fundamentó su lucha por la dignidad de su pueblo, un largo batallar que abanderaría con el nombre de “fuerza por la verdad”. Toda ella sustentada en el principio del desconocimiento de la legitimidad de una legislación que salvaguardaba los intereses de los opresores y la inequidad mientras normalizaba la pobreza como parte del orden natural. Ante las condiciones sociales creadas por el positivismo jurídico que permitió calificar la violencia como justa, si se ponía al servicio del derecho como perpetuación del dominio, o punible si mediante ella se buscaba cambiar las normas en pro de la igualdad, solo quedaba el levantamiento o la huelga. Que fue propuesta, organizada y liderada por el joven abogado hindú como respuesta a las acciones violentas del gobierno británico, para el que la aplicación de la fuerza sin medida como medio de represión siempre tuvo validez mientras se podía demostrar que no era sino el castigo para unos cuantos rebeldes que atentaban en contra del orden natural y como gobierno debía de garantizar la defensa y protección del establecimiento. Consecuencia de esta defensa del status quo o de la institucionalidad fue la muerte de cientos de manifestantes en contra del régimen colonialista de entonces, igual a lo sucedido 40 años después con los estudiantes en la plaza central de México o finalizando el siglo XX allá en la China con los estudiantes de la plaza de Tianamen y en el presente siglo durante el levantamiento social del 2021 en las calles de Bogotá o hace solo hace unos meses en Caracas durante las protestas en contra del fraude que atornillo a Maduro en el gobierno.
Todas esas masacres fueron justificadas y mostradas desde los gobiernos que las ordenaron como necesarias para la defensa del ordenamiento civil vigente y por lo mismo respaldadas en la aplicación de un Derecho que de manera obligada debe de reconocerse como único y por lo mismo valido así las leyes que llenan sus códigos no hayan sido o ni sean las más justas. Gandhi convierte en grande y fuerte su lucha contraponiendo a la violencia mítica respaldada en el Derecho conservador, las acciones de la protesta pacífica fundada en los principios de la paz y el amor. Una violencia “limpia”, como la llamaría Walter Benjamin, consistente en la desobediencia a los jueces y sus cortes, que son los que terminan siendo identificados como el poder detrás del poder cuando ejercen sus funciones para hacer del Derecho ya no una herramienta para construir la equidad sino un arma mortal con la cual se persigue y amedrenta al inerme. ricardosarasty32@hotmail.com

