Siguiendo una tradición que data de los siglos XIII y XIV, de celebrar cada 25 años el nacimiento de Jesús, el Papa Francisco nos ha convocado a un Jubileo, o Año Santo, con motivo de los 2025 años de ese acontecimiento salvífico.
El Jubileo de la Esperanza inició el 24 de diciembre de 2024 con la apertura de la “Puerta Santa” de la Basílica Vaticana por parte del papa Francisco y, posteriormente, el 29 de diciembre, en todas las catedrales del mundo, con la celebración de la Santísima Eucaristía. Su clausura será con el cierre de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro en el Vaticano, el 6 de enero de 2026.
Será un Año Santo caracterizado por la esperanza que no declina, la esperanza en Dios. Es un año de oración para que Dios nos ayude a recuperar la confianza necesaria, tanto en la Iglesia como en la sociedad, en los vínculos interpersonales, en las relaciones internacionales, en la promoción de la dignidad de toda persona y en el respeto de la creación.
Debemos tener siempre presente que todos somos pecadores. Todos debemos algo; todos hemos faltado contra alguno de los diez mandamientos; todos deberíamos pagar por nuestras faltas. Por ello, este Jubileo es para que recuperemos nuestra libertad, herida por nuestros pecados; es para que recibamos el perdón por nuestras faltas; es para que recuperemos la paz interior, la esperanza, la gracia divina; es para ser más felices, pues es lo que Dios quiere para sus hijos.
Dios no quiere esclavos, atados por diversas cadenas, sino seres libres, con la libertad que sólo Cristo nos puede dar. Para ello, se han abierto, simbólicamente, las puertas de las catedrales y de otros templos especiales, para invitarnos a obtener esa gracia, siguiendo estos pasos como condiciones: Aborrecer el pecado y arrepentirnos, mediante una buena confesión sacramental; alimentarnos de la Comunión eucarística, hacer oración por las intenciones y necesidades del Papa y practicar una obra de misericordia con quien sufre en su cuerpo o en su espíritu.
Llevemos la paz de Cristo a todos, especialmente a los pobres, a los migrantes, a las mujeres discriminadas, a los niños, a los excluidos. Dios escuchó el grito del pueblo esclavizado; no cerremos nuestros oídos al grito de los esclavos de hoy, y seamos creativos en la construcción de la paz.
En un mundo herido, nuestras comunidades deben convertirse en signos de esperanza, para suscitar una nueva cultura del amor, inspirada en la verdad traída por Cristo.
Es así, que se hace un llamado a no ser indiferentes ante los sufrimientos que padecen millones de personas a causa de las guerras, la pobreza, las enfermedades, el desempleo, las migraciones, la violencia en todas sus formas, etc., invita también a poner atención a todo lo bueno que hay en el mundo para no caer en la tentación de considerarnos superados por el mal y la violencia.
No dejemos pasar esta oportunidad de gracia, de perdón, de libertad, de esperanza. Jesucristo nos espera con los brazos abiertos. Acerquémonos con fe y confianza.

