Cada primero de mayo, el mundo conmemora el Día Internacional del Trabajo, una fecha que recuerda la lucha histórica por condiciones laborales justas, salarios dignos y respeto a los derechos fundamentales de quienes día a día sostienen la economía de los países. En Nariño, sin embargo, esta jornada no se vive con alegría ni conmemoración, sino con tristeza, preocupación y un fuerte llamado a la reflexión.
Nariño es uno de los departamentos más ricos en vocación agropecuaria. Aquí nace gran parte de la producción alimentaria que abastece tanto al sur del país como a mercados internacionales. Sin embargo, paradójicamente, también es uno de los departamentos más golpeados por el desempleo, la informalidad y la pobreza laboral. El campo nariñense, pese a su productividad, no ha recibido la inversión necesaria para convertirse en motor de desarrollo. A diario, campesinos y agricultores se ven obligados a comercializar sus productos por debajo del costo de producción o a perder cosechas enteras por falta de vías y conectividad.
La infraestructura vial del departamento es una de las más precarias del país. El cierre reciente de la vía Panamericana —la principal arteria de comercio hacia el interior— dejó pérdidas económicas por más de 14 billones de pesos en un solo día. Esta tragedia logística no solo afecta al empresariado, sino que golpea de frente al trabajador común: transportadores varados, agricultores sin mercado, comerciantes sin insumos y familias enteras sin ingresos. La desconexión de Nariño no es solo física, es también política y económica.
Mientras tanto, los anuncios de inversión que alguna vez prometieron transformar el sur del país no se materializaron. El actual presidente aseguró que “los vientos del sur se repliquen en inversión y esperanza”, pero lo único que se ha replicado es la violencia. Grupos armados ilegales han aprovechado el abandono estatal para tomarse más territorios, sembrando miedo, desplazamiento y amenazas. El trabajo en condiciones seguras se ha vuelto casi imposible en vastas zonas del departamento.
Esta situación ha empujado a miles de familias a vivir del rebusque diario. La realidad es desgarradora: en muchos hogares nariñenses, el único alimento del día es el refrigerio escolar que reciben los niños en las instituciones educativas. Padres de familia, antes trabajadores del campo o de empresas locales, hoy no tienen un ingreso fijo, ni oportunidades para salir adelante. Jóvenes con títulos universitarios emigran o terminan aceptando empleos informales. Y mientras tanto, los índices de pobreza multidimensional siguen creciendo.
No podemos seguir siendo una región que depende del empleo público como única fuente de ingreso formal. Es urgente revisar, con seriedad y voluntad política, el panorama de las industrias, el comercio y la empleabilidad en Nariño. Necesitamos incentivos reales para atraer empresas, acompañamiento técnico para el agro, garantías de seguridad para el trabajo en zonas rurales, conectividad vial y digital, y políticas públicas que prioricen el bienestar humano por encima del discurso.
Este Día del Trabajo no es una fecha para celebrar en Nariño. Es una oportunidad para exigir, con dignidad y respeto, un cambio de rumbo. Porque trabajar no debería ser un privilegio, sino un derecho. Porque producir no debería ser sinónimo de pérdida. Porque vivir en el sur de Colombia no debería condenarnos al olvido.Desde cada rincón del departamento, la voz de los trabajadores debe alzarse con fuerza. No pedimos caridad ni favores. Exigimos lo justo: oportunidades, respeto y futuro.

