SILENCIO

Por Mauricio Fernando Muñoz Mazuera

La »Marcha del silencio», fue una manifestación política realizada el 7 de febrero de 1948 en Bogotá, impulsada por Jorge Eliécer Gaitán, jefe único del Partido Liberal. La marcha denunció la creciente violencia ejercida contra simpatizantes de su partido por miembros de la fuerza pública, militantes del Partido Conservador y del gobierno de Mariano Ospina Pérez, a partir de la posesión de este último el 7 de agosto de 1946 como presidente de la república. Los participantes en esta manifestación debían guardar absoluto silencio, como expresión de duelo por las víctimas asesinadas por la Policía Política en varias regiones del país.

Para Gaitán, las personas que iban a tomar parte en su marcha debían ser guardianes del silencio, de aquel silencio que toca las fibras, el que desarma y agita las aguas. Aquel silencio que hiere el corazón cuando se espera una respuesta altisonante, el silencio que no es sinónimo de derrota, sino de sabiduría, el sabio sabe callar, mientras que el majadero se dedica a azuzar.

En pasados días, otra marcha “del silencio” se convirtió en una oda a la rabia, al odio, a la vociferación. En la misma hubo espacio para todo, menos para el centro de la misma, el silencio, un silencio que debía de llevar a la reflexión en medio del triste momento que estamos viviendo a raíz de las violencia fratricida que nos aterroriza, y que como hemos vivido en nuestra ciudad durante los últimos días, toca las puertas de nuestros hogares.

Si el silencio es el camino para demostrar odio, prefiero levantar la voz, pero levantarla con sentido y razón, con argumentos, con certezas, con convicción, porque no estamos en esta vida para “tragar entero”, para pensar en nuestros intereses particulares, sino en el bienestar de todos, porque solo de esta manera lograremos enrutarnos hacia la construcción de la sociedad que merecen nuestros hijos, sin discriminación, sin rencores, sin heridas abiertas. Para mí el silencio debe ser el espacio óptimo para repensar el papel que estamos desempeñando en nuestras comunidades, antes que el atril para despotricar a diestra y siniestra, expulsando veneno a nuestro alrededor.

Con estas líneas no estoy sesgando el espacio de manifestación de otro tipo de corrientes ideológicas que no son afines con las mías, pero tampoco aplaudiré las muestra extremas de odio, o la parafernalia disfrazada en el fanatismo absurdo de rezos y sollozos vacíos que lo único que buscan es protagonismo en medio de un escenario nacional convulso. Una cosa es tener empatía, y otra muy diferente es aplaudir, por ejemplo, acciones como las que se dieron en pasados días en el concejo de Pasto, recinto en donde el debate respetuoso y de altura debe reinar, mancillado por la actitud de un energúmeno que cree que con gritos y bofetadas se responde a los interrogantes que se le hacen, sin olvidar que este mismo personaje, digno representante del clásico “usted no sabe quién soy yo”, reincidente en este tipo de actos bochornosos, se atreve a querer manipular la opinión publica subiendo videos editados para quedar como el bueno del paseo, cuando todos saben que es el inmejorable representante del partido al que está adscrito, movimieno que promueve el silencio no por las buenas, sino a la brava, en medio de la amenaza, la calumnia, la fuerza y la coacción. Eso queridos lectores no es silencio, eso es perversidad.