Carlos Gallardo
En la vida hablamos constantemente de valores, principios, metas y propósitos, pero pocas veces nos detenemos a pensar en la coherencia que hay entre lo que sentimos, lo que pensamos, lo que decimos y lo que hacemos. En un reciente espacio de crecimiento personal y espiritual, tuve la oportunidad de compartir un mensaje sobre la importancia de ser coherentes.
En aquel momento, resalté que debíamos alinear tres aspectos: el pensamiento, la palabra y la acción. Sin embargo, el humanólogo Carlos Santamaría, con gran acierto, me hizo caer en cuenta de que existe un cuarto elemento que no podemos dejar de lado: el sentimiento. Esa observación me llevó a reflexionar con más profundidad, porque no basta con pensar, hablar y actuar en una misma dirección si no somos capaces de reconocer y honrar lo que sentimos. Los sentimientos son la raíz de nuestra autenticidad, el pulso interno que nos conecta con nuestra esencia, y si los ignoramos, tarde o temprano terminamos viviendo una vida que no nos pertenece.
Ser coherente implica que estas cuatro dimensiones estén en sintonía. Cuando una de ellas se rompe, aparece el desequilibrio. Si sentimos amor, pero pensamos con resentimiento, hablamos con frialdad y actuamos con indiferencia, estamos negando la verdad que habita dentro de nosotros. Y si pensamos en grande, pero actuamos con miedo, las palabras se quedan vacías. La incoherencia, aunque común, termina generando vacíos, culpas, frustración y relaciones poco sanas. La coherencia, en cambio, construye seguridad, paz y confianza.
No es un camino fácil, lo sé. Todos hemos experimentado esa lucha interna entre lo que sentimos y lo que pensamos, o entre lo que decimos y lo que realmente hacemos. El ser humano es complejo, está lleno de contradicciones y enfrenta presiones externas que lo desvían de su esencia. Pero la dificultad no debe ser excusa para abandonar el intento. Por el contrario, es una invitación a trabajar cada día en nosotros mismos, a cultivar la valentía para reconocer lo que sentimos, la honestidad para decir la verdad y la disciplina para sostener nuestras acciones en el tiempo.
Cuando logramos alinear sentimiento, pensamiento, palabra y acción, la vida fluye con mayor claridad. El propósito se vuelve más firme, las relaciones más auténticas y los proyectos más sólidos. La coherencia no significa perfección, sino honestidad con uno mismo. Es tener la certeza de que, al tomar una decisión, no estamos traicionando nuestras emociones, ni contradiciendo nuestros pensamientos, ni disfrazando nuestras palabras, ni negando nuestras acciones. En el amor, la coherencia nos permite entregar afecto sin miedo ni máscaras. En los negocios, nos ayuda a construir credibilidad. Y en la búsqueda del propósito de vida, nos ofrece la tranquilidad de saber que cada paso que damos está en armonía con lo que realmente somos.

