P. Narciso Obando

Semana Santa, vida y salvación

La Semana Santa es el momento litúrgico más intenso de todo el año. Sin embargo, para muchos que se autodenominan católicos, se ha convertido sólo en una ocasión de descanso y diversión. Se olvidan de lo esencial: Esta semana la debemos dedicar a la oración y la reflexión en los misterios de la Pasión y Muerte de Jesús para aprovechar todas las gracias que esto nos trae.


Para vivir la Semana Santa, debemos darle a Dios el primer lugar y participar en toda la riqueza de las celebraciones propias de este tiempo litúrgico. Vivir la Semana Santa es acompañar a Jesús con nuestra oración, sacrificios y el arrepentimiento de nuestros pecados. Asistir al Sacramento de la Penitencia en estos días para morir al pecado y resucitar con Cristo el día de Pascua.


Lo importante de este tiempo no es el recordar con tristeza el padecimiento de Cristo, sino entender por qué murió y resucitó. Es celebrar y revivir su entrega a la muerte por amor a nosotros y el poder de su Resurrección, que es primicia de la nuestra.

Para esta celebración, la Iglesia invita a todos los fieles al recogimiento interior, haciendo un alto en las labores cotidianas para contemplar detenidamente el misterio pascual, no con una actitud pasiva, sino con el corazón dispuesto a volver a Dios, con el ánimo de lograr un verdadero dolor de nuestros pecados y un sincero propósito de enmienda para corresponder a todas las gracias obtenidas por Jesucristo.

El Señor Jesús respondió al mal con el bien. A la violencia, con la mansedumbre; al odio con el perdón; a la injusticia con la reconciliación. Jesús en su pasión ha querido enfrentar el mal con una de sus armas más poderosas: La misericordia.

Es por ello que, para los católicos las calumnias, disgustos, problemas familiares, dificultades económicas y todos los contratiempos que se nos presentan, servirán para identificarnos con el sufrimiento del Señor en la pasión, sin olvidar el perdón, la paciencia, la comprensión y la generosidad para con nuestros semejantes.

Claro está que es difícil ser misericordiosos, sobre todo cuando vemos tanta injusticia y más aún cuando nosotros somos los que la sufrimos. Y a veces la misericordia a los ojos del mundo puede parecer tan débil, tan poco efectiva. Pero la realidad es que no hay nada que tenga tanta fuerza para convertir los corazones, como cuando respondemos al mal con el perdón, a la injusticia con el bien.

La muerte de Cristo nos invita a morir también, no físicamente, sino a luchar por alejar de nuestra alma la sensualidad, el egoísmo, la soberbia, la avaricia… la muerte del pecado para estar debidamente dispuestos a la vida de la gracia.

La Semana Santa fue la última semana de Cristo en la tierra. Su Resurrección nos recuerda que los hombres fuimos creados para vivir eternamente junto a Dios. La Resurrección del Señor nos abre las puertas a la vida eterna, su triunfo sobre la muerte es la victoria definitiva sobre el pecado. Este hecho hace del domingo de Resurrección la celebración más importante de todo el año litúrgico.