Colombia, un país que vibra con el fútbol, se encuentra hoy en medio de una profunda crisis institucional. Los problemas de orden público se multiplican, el sistema de salud está al borde del colapso, la inversión en los territorios es casi inexistente y la corrupción parece haberse arraigado en todos los niveles del Estado. Sin embargo, entre tanta incertidumbre, hay algo que sigue uniéndonos como nación: nuestra selección de fútbol. Aunque tampoco pasa por su mejor momento, es un aliciente para soñar con un país mejor. Pero, ¿hasta qué punto esta pasión futbolera no es más que una cortina de humo frente a nuestros verdaderos problemas?
Es inevitable emocionarnos cuando vemos a la Tricolor en la cancha. Esos 90 minutos nos permiten olvidar las dificultades cotidianas. Queremos que gane, que represente lo mejor de nosotros. Esa misma ilusión, sin embargo, debería inspirarnos a exigir que nuestro país también «GANE» en otros sectores clave: infraestructura, salud, educación, seguridad e inversiones. Lamentablemente, mientras aplaudimos a nuestros jugadores, muchas veces, ignoramos las demandas urgentes que golpean a millones de colombianos.
En este y otros gobiernos la falta de inversión en los territorios es uno de los grandes males que aquejan al país. El centralismo concentra recursos y oportunidades, vastas regiones del sur, el Caribe o el Pacífico permanecen marginadas. La brecha entre el campo y la ciudad sigue creciendo, alimentando desigualdad y violencia. En paralelo, el sistema de salud se deteriora día a día. Consultorios saturados, hospitales en quiebra, falta de medicamentos y pacientes abandonados son la cruda realidad para quienes más necesitan atención. ¿Cómo podemos ser una sociedad fuerte si nuestras bases están tan debilitadas?.
La corrupción carcome cualquier intento de progreso. Desde pequeños actos de nepotismo hasta grandes escándalos de malversación de fondos, este flagelo afecta todos los niveles del estado. Y mientras tanto, los ciudadanos seguimos pagando los platos rotos. Los impuestos suben, pero las obras no llegan. Las promesas políticas del gobierno Petro siguen allí, ausentes.
En medio de esta tormenta, la selección Colombia emerge como un oasis. Sin embargo, no podemos permitir que esa pasión se convierta en una distracción que nos aleje de nuestras responsabilidades como sociedad. Así como queremos que James o Luis brillen en la cancha, también debemos exigir que nuestros líderes brillen en sus cargos. No más extremismos polarizados que dividen al país. No más discursos vacíos que alimentan el odio y la confrontación. Es hora de pensar en un bien común que beneficie a todos.
El fútbol nos enseña valores como el trabajo en equipo, la perseverancia y la unidad. ¿Por qué no aplicar esos principios a nuestra vida como nación? Necesitamos dejar de lado intereses personales y partidistas para construir un país donde prime el diálogo y la cooperación. Donde la verdadera educación pública y no la de FECODE sea una herramienta para cerrar brechas, donde la salud sea un derecho universal y donde cada rincón de Colombia tenga acceso a oportunidades reales de desarrollo.
Por: Javier Recalde Martínez.

