Chucho Martinez

República de Platón y Duque

Asistimos a una crisis generalizada del Estado que dista mucho del Estado Social de Derecho como se propuso en la Constitución de 1991. Solo un indicador da cuenta de esta afirmación, 21 millones de colombianos son pobres y 7.5 millones pobres extremos. Es culpa de un sistema puesto al servicio de intereses particulares que violentan el interés colectivo que arrastran al país a la ruina y la injusticia porque se perdió el sentido ético del Estado y del hombre, como un ser social, no como integrante de un rebaño, sino como ciudadano activo dispuesto a respetar y aceptar a la sociedad organizada y respetuosa como hecho inevitable propuesto por Platón en su libro la Republica, para el cual, la moral y los principios de justicia deben ser los mismos, tanto para el ciudadano como para el Estado, de manera que sirvan para hacer felices a todos. A Platón no le interesaba estudiar un gobierno en particular, sino al Estado en general.

Platón propuso un Estado ideal, como un modelo para todos los estados. Todo gobernante de un Estado ideal debe saber en qué consiste el arte de gobernar y qué es lo que debe hacer, porque si no lo sabe, o no tiene la habilidad para ejercer eficazmente esa función puede hundir tanto al Estado como a sus ciudadanos. Acuñó el término de aristocracia, como gobierno de los mejores, ya que aristos era el excelente y krateia, poder.

 

«La solución: Tomar partido y compromiso colectivo de aquellos que permanecen en la aparente comodidad de sus palacios de cristal o en el centro de las indecisiones».

 

Se trata del poder del mérito y los excelentes. Hoy aristocracia se refiere a un grupo de privilegiados que, en muchos casos, no se distinguen precisamente por la bondad de sus cualidades. Ahora, lejos de estar gobernados por un grupo de aristócratas, en el sentido clásico del término, cada vez existen más evidencias de que las comunidades e instituciones están dirigidas por un ejército de mediocres, en un fenómeno que denominamos mediocracia, es decir, el gobierno de personajes con poco mérito personal y profesional y, por tanto, progresivamente con menos escrúpulos.

José Ingenieros en su libro el Hombre mediocre dice: “En ciertos períodos la nación se duerme dentro del país, el organismo vegeta; el espíritu se amodorra, los apetitos acosan a los ideales, tornándose dominadores y agresivos. No resuena el eco de grandes voces animadoras, todos se apiñan en torno de los manteles oficiales para alcanzar alguna migaja de la merienda. Es el clima de la mediocridad y de los senderos innobles”.

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El hombre mediocre es justomedio, carece de iniciativas e imaginación creadora, piensa con la cabeza de otros, vive en rebaño reflejando rutinas, prejuicios y dogmatismos útiles para la domesticidad. Imita hipocresías de la sociedad postiza en que vegeta con instintos atávicos heredados de la opulencia y el hartazgo como evidencia de sus apetitos urgentes. Ignora las virtudes, sólo tiene rutinas en el cerebro y prejuicios en el corazón. No tiene carácter.

Pero por el otro lado, está una recua de ignominiosos (gobernados) que no saben para que están en la vida, ni para qué sirven sus ideas, son incapaces de tener virtudes; la integridad moral y la excelencia de carácter son virtudes estériles. Repudian el humanismo. Admiran el utilitarismo egoísta e inédito, hacen de la política un comercio, de los ideales, una empresa de la caridad o un bacanal de pequeñas e insaciables ambiciones personales. El mediocre igual que los imbéciles detesta a los que piensan; por eso, son inclinados a la hipocresía. Es más contagiosa la mediocridad que la inteligencia.

La comunidad no hace frente al abuso que nos está llevando a la podredumbre moral. Denunciar requiere valentía y asumir unos costes. Esta indiferencia de los gobernados está llevando a la pérdida de la autoestima personal y colectiva, a la indefensión ciudadana y, a la postre, a no vivir la vida.

La solución: Tomar partido y compromiso colectivo de aquellos que permanecen en la aparente comodidad de sus palacios de cristal o en el centro de las indecisiones.

Por: Chucho Martínez B.