POR: JORGE HERNANDO CARVAJAL PÉREZ
De niño le tenía un poco de miedo a mi mamá, porque era muy mandona y algo gritona, pero luego al ver cómo me brindaba el amor más grande del mundo y me colmaba de besos y abrazos, ese temor también se transformó en amor, más cuando en las tertulias familiares se hablaba de los episodios en los que habíamos estado en peligro y puso en riesgo su integridad física para salvarme.
Por ello me encantaba escuchar las historias en las que mi mamá y yo habíamos sido protagonistas, siendo un niño de mano, puesto que me demostraban el enorme amor que sentía no solo por mí y todos los integrantes de la familia.
Una, fue la del 7 de agosto de 1956, cuando Cali fue sacudida por una terrible explosión, causada por 7 camiones cargados de dinamita parqueados en pleno centro de la ciudad sin que, hasta el momento, a pesar del tiempo transcurrido, se conozca que pudo haber pasado. Pero lo que sí ocurrió es que la explosión, derrumbó el techo de la casa donde vivíamos, donde en ese momento solo estábamos mi mamá y yo, puesto que mi papá estaba trabajando.
Algunos vecinos sacaron de entre los escombros a mi mamá que estaba inconsciente, pero se olvidaron de mí que estaba en la cuna, afortunadamente, cubierto por un grueso toldillo, lo que me protegió de la caída de piedras. Pues bien, cuando mi mamá volvió en sí, empezó a gritar, ¡el niño, el niño!, se desprendió de quienes la tenían agarrada, volvió a entrar a la casa, donde yo lloraba como un condenado y me rescató sano y salvo.
Al año siguiente, el 10 de mayo de 1957, iba agarrado de la mano de mi mamá a la tienda del barrio, cuando de pronto se empezaron a escuchar disparos y en cuestión de segundos se formó un tumulto de gente que gritaba “Cayó el general Rojas Pinilla” y en efecto, el entonces presidente de la República, había sido derrocado lo que dio lugar a un día de violencia, no solo en Cali, sino en todas las principales ciudades del país. De inmediato, mi madre, me tomó en sus brazos y creo que batió todas las marcas de velocidad, para llegar a la casa y ponerlos a salvo. Por eso, a veces pienso, que, de antemano, a pesar de que mi padre y mi abuelo fueron periodistas, estaba predestinado a seguir esta profesión puesto que fui protagonista de dos de los más grandes sucesos de la historia de Colombia.
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Después, con el paso del tiempo, mi madre siempre estuvo presta a defenderme, (noqueó de un izquierdazo a un profesor que me había zarandeado porque no había llevado la tarea), por lo que hoy, cuando estamos a pocas horas para la celebración del Día de la Madre, mi madre Lola Pérez de Carvajal, siempre fue mi escudera y estoy seguro que lo sigue siendo desde el Cielo.

