Cuando mi padre agonizaba después de una prolongada enfermedad que lo llevó a estar en cama por mucho tiempo, el médico que lo atendía llamo a mi familia para informarnos que la única forma de prolongar su vida por escasas 48 horas era entubar y alimentarlo por medios invasivos.
Nosotros, teníamos la responsabilidad de autorizar o no este procedimiento, sometiendo a papá a una serie de tratamientos invasivos que no conducirán a nada. Después de reflexionar, toda la familia compartió la idea de negar esos procedimientos. Mi padre al día siguiente falleció como lo había pronosticado el médico.
Despedimos a nuestro padre con dolor, con la satisfacción de haberlo acompañado hasta en las últimas horas de su existencia, evitándole intensos dolores y lo dejamos ir tranquilo para que estuviera al lado de mi madre, como decía el padre Alfonzo María Meza, párroco de Tangua de hace 50 años, por los siglos de los siglos amén.
Comento lo anterior por cuanto no me pareció justo lo que le ocurrió a la Sra. Martha Sepúlveda, a quien le habían programado para el domingo 10 de octubre del año en curso a las 7 de la mañana un proceso de eutanasia asistida, negándole el derecho a morir dignamente.
Vale la pena recordar que: “La Corte Constitucional en sentencia C-233 de 2021, declaró exequible el delito de homicidio por piedad, en el entendido que no es delito cuando es efectuado por un médico, con el consentimiento libre e informado del paciente, siempre que padezca un intenso sufrimiento físico o psíquico, proveniente de una lesión corporal o enfermedad grave e incurable”.
Por lo anterior, en pleno uso de mis facultades mentales y físicas, manifiesto a mis seres queridos que “Quiero morir dignamente”, en el evento de tener una enfermedad terminal incurable o que esté padeciendo agudos dolores que hagan mi vida insoportable. Prefiero pasar mis últimos días en casa con el cuidado y compañía de mi familia para que me dejen morir tranquilamente sin necesidad de prolongar mi vida artificial e inútilmente.
POR: VICTOR RIVAS MARTINEZ.

