Ricardo Sarasty

Qué se alivie la carga

Por: Ricardo Sarasty.

Ninguna persona con los pies bien puestos sobre el suelo puede negar que el país, en conjunto con el resto del mundo, atraviesa por una crisis económica. Las causas de ella se relacionan con los efectos de una actividad industrial y comercial paralizada en un noventa por ciento durante los dos años del confinamiento al que mando la pandemia del Covid-19. Una vez superada esta emergencia estalló la guerra entre Rusia y Ucrania, dos naciones que aunque lejanas y para muchos desconocidos desempeñan un papel importante en el escenario de la geopolítica y la economía mundial, como se apreció una vez explotaron los misiles y poco a poco los países del primer orden mundial del lado de occidente se involucraron comprometiendo sus recursos con la financiación de lo que ellos han llamado defensa de la democracia. Esas ayudas que no dejan de fluir terminaron por afectar la caja de sus reservas con las consecuencias económicas que hoy tienen a países como los Estados Unidos, Inglaterra y Alemania enfrentando la devaluación más alta de estos últimos casi 50 años. Fenómeno económico que parecía reservado solo para los pobres. 

Ahora por virtud de la globalización que ha puesto a todos los países a ser participes directos de cuanto se haga o se deje de hacer en el contexto del lado de los más fuertes, todo cuanto afecta  a sus economías pone a temblar las economías domésticas de los  países dependientes, en razón de su importancia por ser el dólar y el Euro el patrón que rige y sustenta sus reservas monetarias, en otras palabras son las que le dan el poder adquisitivo al dinero circulante en estos suelos. Se puede decir que si por los Estados Unidos de Norte América llueve acá es tormenta, agravando más la situación de pobreza en la región. Aunque paradójicamente en ella existan los recursos naturales por cuya explotación y venta bien pudiera contar con una economía sino boyante al menos sin tener que enfrentar las afujías por las que pasan sus habitantes.

Si a este fenómeno internacional que ha puesto en jaque la estabilidad política de países fuertes como los Estados Unidos, Inglaterra, el Reino Unido y Francia se le une las crisis internas propias de cada uno de los países de esta parte del globo. El panorama no puede ser más gris que el que hoy puede apreciarse en Colombia cuya economía ha sido saqueada, especialmente en estos últimos años por empresas organizadas tan solo para el logro de ese propósito o será mejor decir despropósito. El robo, el despilfarro y la falta de planeación han impedido por ejemplo que se construyan vías rápidas y seguras que agilicen el comercio y sostengan la poca industria en regiones como Nariño y el Cauca, por lo que deben de sufrir el aislamiento y como  consecuencias el deterioro de sus flacas economías, afrontando la angustia y la desesperanza ante las necesidades que se han convertido en imposibles de solventar porque simplemente la poca plata que circula todos los días pierde valor de compra.

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Para poder enfrentar esta crisis y encontrarle una salida la industria, el comercio y la construcción, que no son significativamente solventes, ven como parte de la solución a la crisis agravada por la falta de carreteras, el pedirle al Gobierno central la declaración de la Emergencia Económica que con lleva a un plan de inversiones y ayudas inmediatas, con el único fin de evitar que al derrumbo de las carreteras se una el de sus empresas, que de sucederse los dignificados  lo serían por  el desempleo, el hambre y la criminalidad motivada en la necesidad de contar con el sustento diario. Claro está que de darse estos alivios, donde deben de sentirse es en los bolsillos del pobre.