El papel de las mujeres como madres ha sido ensalzado desde tiempos inmemoriales. Desde las culturas antiguas que veneraban a la madre tierra hasta las fiestas modernas, la maternidad se ha celebrado como un valor supremamente importante.
Por ello, desde hace poco más de un siglo en muchos países del mundo se dedica un día del año a homenajear a las madres, a destacar su labor como educadoras, protectoras y transmisoras de valores.
Todo hombre tiene necesidad de una madre. La tiene para venir a este mundo, y la siente viveza a lo largo de su existencia terrena. Así, pueblos de diversas razas y culturas, en los cinco continentes, celebran con júbilo el día de la Madre. Celebran su cariño y ternura, su olvido de sí y su entrega generosa, su consuelo y su protección en los momentos duros de la vida.
Hemos de celebrar a la madre con corazón de hijo, que agradece con gozo, que responde a sus desvelos, que acoge al amor amando. En cada año el día de la madre se celebra una sola vez, pero en el alma se puede celebrar todos los días.
Es hermoso recordar y dedicar toda nuestra atención a las madres, por su amor sin límites y por los continuos sacrificios y desvelos que nos han ofrecido desde el primer día de nuestra vida. Por su silencio ante nuestras injusticias, por su capacidad de espera ante nuestro olvido y por tantas y tantas cosas más que les hacen merecedoras de todo nuestro cariño.
La madre nos acompaña en el difícil camino de la vida, en la vocación y misión que a cada uno Dios ha concedido, haciéndonos compañía, participa de nuestras alegrías y nuestras penas, de nuestras desilusiones y nuestras esperanzas, de nuestra historia y de nuestro destino. Es también una guía segura, constante, firme y fiel. Conduce maternalmente y con mano experta el timón de nuestros pensamientos y sentimientos, de nuestras decisiones y de nuestras acciones.
También debemos felicitar a todas esas madres que un día partieron hacia el Reino de los Cielos y que sin duda nos esperan. A las que consumen sus últimos días, abandonadas en residencias o viviendo en soledad en sus propios hogares. A las que han sufrido agresiones físicas o psíquicas por sus propios hijos. A las que esperan noticias de sus hijos que tal vez no llegarán y a las que padecen enfermedades y aguardan en la soledad de una habitación en cualquier hospital. Para todas ellas nuestro homenaje y oración para recibir de la Santísima Madre, su protección y bendición.
En este orden de ideas, si llamamos a Cristo nuestro hermano y a su Padre Dios le llamamos Padre nuestro, también podemos llamar a su madre María, madre nuestra, como si ella nos hubiese dado a luz. Y, por lo tanto, está asociada a nosotros por amor y nos cuida de forma maternal. Además, por la confianza que tiene en Dios y en su Hijo, ante los cuales siempre está presente, intercede gustosamente por nosotros. Ella continúa intercediendo por los fieles cristianos, como si fueran sus hijos pequeños y nos manifiesta su amor.
Por: P. Narciso Obando.

