El tiempo sigue su incontenible curso y en el espejo social quedan plasmadas para los hombres de hoy y las futuras generaciones las huellas de las buenas o malas acciones que en el presente el ser humano pueda realizar.
Los colombianos sobrevivimos en medio de un constante estado de zozobra en que nos han sumido unas instituciones democráticas carcomidas por el espeluznante flagelo de la corrupción, la narcoviolencia, la burocracia, el microbio de la demagogia gubernamental, entre otros males.
Ha transcurrido ya bastante tiempo desde que en Nariño el gobernador y los alcaldes tomaron posesión de sus cargos. Y, por lo que se observa, todavía algunos burgomaestres, por no decir la mayoría, no han logrado entender que gobernar es propender por el progreso de la entidad territorial que está bajo su responsabilidad, mediante el mejoramiento de la calidad de vida de todos sus habitantes.
Se acaban de aprobar los Planes de Desarrollo tanto del departamento de Nariño como de cada uno de los municipios, y aquéllos se convertirán en la carta de navegación para que el gobernador y los alcaldes ejecuten el programa de gobierno que le presentaron a sus electores y por el cual salieron electos.
Sin embargo, a veces llama la atención que muchos mandatarios por querer “pasar a la historia” y ser recordados, una vez abandonen sus cargos, se dedican en sus periodos de a realizar una que otra obra de cemento; dejando a un lado puntos claves que tienen que ver con derrocar la pobreza y acabar la desigualdad que hoy en día afrontan un sinnúmero de comunidades.
Quizás desconozcan o no sepan que “reducir sustancialmente la desigualdad es condición indispensable para reducir la pobreza”.
En Colombia, al menos 8,3 millones de personas son pobres, de una población de más de 51 millones. Esto significa que de cada 100 habitantes, 17 están clasificados en esta categoría, de acuerdo con el Índice de Pobreza Multidimensional (IPM) del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane).
En este sentido, los pobres, como una colectividad vulnerable a todo tipo de acontecimientos por la falta de activos y bienes económicos que potencia su marginalidad, van a continuar siendo socialmente maltratados y despreciados por las instituciones oficiales, los agentes con recursos y por los grupos que detentan el poder.
Si bien las obras de cemento que se contemplan en los Planes de Desarrollo son trascendentales para medir en cierta medida el progreso, cuando cumplen una función verdaderamente social y no se convierten en “elefantes blancos”, no lo son todo para poder afirmar con seguridad que los habitantes del departamento o del municipio viven acorde con su dignidad de seres humanos.
Esperemos que los programas de generación de trabajo, el acceso a la salud, la educación, la seguridad ciudadana, la vivienda, el deporte, etc.; contenidos en los Planes de Desarrollo no queden en letra muerta o que simplemente se cumplan a medias.
Pues, en la medida en que tales programas se cumplan de manera eficaz y verdadera, los pobres podrán beneficiarse para que no sigan sumidas en la miseria, el marginamiento y el olvido por el incumplimiento de los Planes de Desarrollo.

