Jonathan Alexander Espana Eraso

La plasticidad del decir

La palabra es o puede ser universal, pero, al moverse, cambia de sentido. Una palabra es su esencia y lo que la asedia: sobre ella se proyectan tonalidades que la varían y la refutan. En efecto, el sentido de una palabra devela lo aparente que no es fijo sino mutable. En poesía, la palabra es lo que no deja de significarla, pues detona un contexto diferente que deviene la impregnación de la imaginación que se sustenta en lo que puede ser real.

En lo hasta aquí abordado, se dimensiona una poética que, como en el poeta peruano César Vallejo, «a primera vista se tomaría por antigua», y que traduce un ritmo interior de lo profundo moldeado en la emoción oscura y tácita que suscita una naturaleza del poema como entidad vital participe de una insumisión material, de susurros y trances.

Es evidente que, en Iluminaciones (Composición del mundo) de Andrea Vergara G., hay un ensamblaje sonoro, de re-descubrimiento del paisaje con la página, en la que una voz secreta es la práctica de lo dicho.

Árbol de feijoa,

inhalación de la voz.

(Casa)

Vergara G. opta por echar raíces en la ficción del paisaje extendido, que en el tener lugar de la página, se sabe, en palabras de la filósofa argentina Gabriela Milone, «una espacialidad y una temporalidad que no se corresponden con un destino único».

Raíces al aire,

hojas en la tierra.

(Contemplación)

Las palabras empiezan por ser el destierro mismo de las palabras. Retorno y destierro: ¿no acontece entre estos dos polos la poesía de Andrea Vergara G. y la visión que ella nos dona? Vergara G. está en el mundo como si estuviera fuera de él; pero el mundo es una herida. Se está en el mundo, sin habitarlo de verdad. Para habitar en él, hay que transitar un bosque de signos (De Certeau) que la experiencia abre. En esa ontología del poema, la búsqueda está en habitar y deshabitar el lenguaje. 

Desbarata las palabras,

las convierte en su hilo.

(Dibujo)

Frente a un poema de Andrea Vergara G., en verdad, lo que se experimenta es el goce y el sufrimiento de la palabra. Las materias indomables o la infancia recobrada, están intensificadas y se pluralizan en la otredad que convoca ausencias presentes que aperturan lo que no deja de conocerse. 

Dolor y placer,

en él se anidan.

(Ombligo)

Lo que este libro quiere afirmar es el fondo de las cosas, lo improbable que, sin embargo, es todo lo que es (Bonnefoy), la presencia sagrada de la inmediatez (Blanchot). Y lo que adviene es lo innominado que sostiene la noche, el río y la rama. El poema, entonces, es el «nido de lugares», en voz de Vergara G.

Hablar del poema, de estos poemas en sí, es abandonarse a la intemperie del origen, en la desgarradura de lo no dicho, para perdernos en la intensidad y en la hendidura de la luz.

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