¿Qué hay de pensamiento en lo escrito? ¿Se encuentra el pensamiento antes o después de la escritura? Todo horizonte es una experiencia. En el caso de la escritura, una experiencia del pensamiento que le apunta a las palabras, exactamente como se dirige una flecha al objetivo. Su aparecer se da como un diálogo en los tiempos del origen, con un inicio cuyo signo mayor es el escape, la huida, lo inasible.
Del pensamiento que se escribe volvemos con restos como Orfeo. El que escribe va al pensamiento y vuelve sutil, enceguecido por la luz de los umbrales. Ahí se manifiesta un modo otro del escribir, un modo ciertamente difuso, matinal, fugitivo, del que se sospecha que no es precisamente otro lugar, sino lo que antecede a todo lugar: el antes de la palabra.
Quizá el blanco de la página sirva para entender la pureza de los vocablos como señales para habitar las raíces. En un escrito, como esta columna que se escribe, lo esencial es hacer de la página un telar que se hila con cada lectura. Por eso, la escritura no apunta a otra cosa que hacerse a sí misma desde su irreversible aparición. El pensar se hace soporte mientras la página fulgor y horizonte.
La apuesta consiste en dejar que la página tome la rienda. Lo anterior significa que el sentido de lo escrito está en lo leve. Allí renace y flota, hecho sospecha y oscurecido por las palabras. A cada tramo, entre el ascenso y la caída, el que escribe, en tanto lugar expuesto, va y viene, sin reposo, a la intemperie del pensamiento.
En la vuelta al desierto del blanco, la escritura relampaguea: lejos de refutar y de concretar, con una alegría suplicante, con pasos de paloma, el texto, a la vez que afirma lo imperecedero y las ruinas, se proyecta como cuerpo. Los cuerpos recorren lo que leemos, al mismo tiempo, dialogan: el cuerpo de quien escribe y los cuerpos de los lectores son invitados a hablar, a hablarse y a escribirse. «Escríbete: es necesario que tu cuerpo se deje oír», anunciaba la pensadora francesa Hélène Cixous con relación a que la escritura no reproduce el sistema y los medios indomables que ofrece
El cuerpo convocado es el de los lectores. Y a la vez es el cuerpo el que desea ponerse en el lugar del otro, pues él mismo también es espera. Son los cuerpos (el de quien escribe y los de los lectores) que, con todo, se entregan y permanecen en las frases.
En cuanto a la escritura, ésta confirma el sacrificio y la inocencia de sí misma, instándose a imitar su arrojo de ir a las fuentes, a lo extraño del yo. La de volver a ella, casi sin el yo, sin renegar de la ida, en un canto a la naturaleza del pensamiento, al principio del mundo y su denominación de origen es lo que vamos escribiendo.
Por: Jonathan Alexander España Eraso

