RICARDO SARASTY

Pasto sumida en el caos

Pasear por la ciudad ya no es pasear, es acometer una travesía de la que sabrá dios como puede salir, si es que logra terminarla, a píe como peatón o en automóvil manejando o de pasajero.

¿En que día la ciudad sorpresa perdió su encanto? ¿Desde que mes de cual año Pasto comenzó a ser lo que hoy sus ciudadanos y visitantes sufren? Esto que ya no obedece a ningún plan urbanístico como desde la cima del Galeras o desde Tasines cualquiera pueda ver y el transeúnte inmerso en cualquier punto descubre asustado en la hora del día y de la noche que sea.

Tanto es el desorden que un viajero se atrevió preguntar si el municipio contaba con oficina de planeación y desarrollo como es deber natural de toda buena administración o gobierno. Por lo que se le contestó entonces la siguiente pregunta fue si al frente de ese despacho existía el funcionario responsable. Alguien debió darle un nombre con el apellido correspondiente, pero el viajero contra preguntó si era más que un simple doctor con nombres y apellidos, si sabía y se desempeñaba en el ejercicio de la planeación o simplemente cobraba el sueldo. Entonces el silencio fue la mejor de las respuestas ante un panorama que habla más y mejor.

Así como avanza el desorden el hoy promocionado centro histórico no demora en convertirse en el centro histérico de una ciudadanía obligada a llegar hasta el marco de la plaza y sus alrededores porque aun los tramites bancarios y legales deben de efectuarse a lo largo y ancho de ese reducido perímetro al que velozmente lo convertirán no solo en espacio peatonal sino que a la vez en una extensa plaza de mercado por la que se estará obligado a pasar de misma manera a como se hace en el resto de las calles y carreras, con o sin carro, sorteando cualquier clase de amenaza, pues si se libra del madrazo del dueño de la carreta repleta de frutas y legumbres, no alcanza a pasar bien si antes no ha sido empujado por una bicicleta, si no lo es por el mototaxista al que no le puede decir que maneje con cuidado porque para callarlo es que tiene listo el casco en una mano.

Dirán que tantos fruteros y mototaxistas tienen derecho a trabajar y que por ello se les permite invadir como lo han hecho todos los espacios que cumplen con la función de airear la ciudad, brindarle al habitante un lugar para su descanso y recreación, además de ser también la parte ornamental de la que bien se precia de contar como símbolo, cualquier otra ciudad gobernada con criterio arquitectónico en pro del bienestar de todos sus habitantes y forasteros.

Sin embargo, aquí ya no se puede hablar de espacios para la recreación, en ningún lugar se allá sosiego, nada ofrece comodidad, aunque no falta el defensor de la burocracia inoperante que manda a ver toda esta maraña como el paisaje propio de cualquier ciudad moderna.

Sin que sea así,  pues existen centros urbanos mucho más grandes, poblados por millones de habitantes que a diario van y vienen por extensas y anchas calles, amplias zonas verdes y parques, unos a pie otros en automóviles de variado tipo, todos quizá incomodados por otros factores como lo son la polución y el stress propio de quienes están obligados a cumplir con largos recorridos, solo que sin tener que sortear obstáculos de alto riesgo como sucede allí donde no existe ninguna autoridad garantizando el orden. No, el caos no es signo de progreso y si del subdesarrollo. Ciudades como lo es hoy Pasto son una muestra de lo que ofrece una clase política elegida para hacer de todo menos para gobernar. ricardosarasty@hotmail.com