Luis Eduardo Solarte Pastás

Pandillas, una “bomba de relojería”

La violencia en sus diversas modalidades, los escándalos de corrupción en sus distintas esferas, la bipolarización del país por los enfrentamientos políticos, son algunas de las situaciones que acaparan la atención de los colombianos, cuando no está de por medio un evento deportivo de trascendencia internacional en que se destaquen nuestros deportistas.

Mientras eso sucede, las autoridades parece que no se están dando cuenta que, en las zonas marginales de las ciudades, se presenta una evidente descomposición social que se apodera de nuestros jóvenes.

Las pandillas es uno de los flagelos de aquella descomposición social que hoy en día cobra fuerza en casi todas las ciudades capitales e intermedias del territorio nacional y que merece ponerle todo el cuidado necesario por el nuevo gobierno del presidente Gustavo Petro en conjunto con los gobiernos locales y regionales si se quiere hacer de Colombia una “Potencia Mundial de la Vida”

Hacer caso omiso a la problemática de las pandillas, podría conllevar, según muchos analistas de esta temática, a que ellas se conviertan en el caldo de cultivo para el nacimiento de nuevos grupos al margen de la ley y, por ende, a que haya un recrudecimiento de la violencia en un escenario urbano y ya no rural.

 Si bien en un principio a “las pandillas no se las puede catalogar como unas auténticas bandas criminales ni organizaciones delincuenciales integradas al narcotráfico, dado que en su mayoría están conformadas por adolescentes; lo cierto es que en ellas se presenta un elevado consumo de drogas alucinógenas, participan en el negocio del microtráfico y sus actos delictivos están relacionados con hurtos y enfrentamientos entre distintos bandos”.

Sin embargo, el problema no se está quedando sólo allí. Sigue adelante y con el paso del tiempo está adquiriendo otras connotaciones, en virtud a que muchas pandillas ya aparecen vinculadas a hechos delictivos más grandes que incluyen sicariato, fleteo, robo de autos, extorsión o secuestro, en nexos con organizaciones mayores del crimen.

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En ocasiones se capturan en fragancia a los autores, quienes en su mayoría son menores de edad; sin embargo, al estar amparados por el Código de Infancia y Adolescencia, no son responsables penalmente. Por ello, son enviados para su resocialización a Centros Especializados del ICBF, desde donde en varias oportunidades se fugan.

Aunque no se cuentan con datos exactos sobre la existencia de pandillas en Colombia, en diferentes espacios en los cuales este tema se trata y se aborda, se habla que podría haber unas ocho mil con unos 50 mil integrantes que estarían haciendo presencia en sectores marginales de las ciudades.

En Nariño, por ejemplo, tampoco se conoce con exactitud cuántas hay. Todo se limita a ubicarlas en barrios de estratos uno, dos y tres que conforman las diversas comunas, en donde se han hecho visible la frecuente reunión de jóvenes y sus peleas territoriales.

Así que es el momento de ponerle atención al problema de las pandillas porque de lo contrario se puede convertir en una “bomba de relojería” que en cualquier momento estalla de manera incontrolable agravando más la difícil situación de violencia urbana que se vive en Colombia.

POR: LUIS EDUARDO SOLARTE PASTAS