Venezuela atraviesa una de las crisis políticas más profundas de su historia reciente, marcada por la persecución, el exilio, la represión y una aparente fragmentación de la oposición democrática. Sin embargo, pese a los golpes sufridos, la oposición venezolana continúa resistiendo, guiada por la esperanza de un cambio político pacífico y por la convicción de que aún es posible desafiar al chavismo desde dentro y fuera del país.
Las cifras reflejan la magnitud del deterioro institucional: más de una decena de partidos intervenidos, centenares de líderes inhabilitados, 860 presos políticos y casi ocho millones de migrantes dispersos en el mundo. Aun así, persiste la voluntad de reconstruir una alternativa democrática.
Una oposición dispersa pero no extinguida
El diputado opositor Stalin González, recientemente electo a la Asamblea Nacional, reconoce las enormes dificultades para hacer política desde Venezuela: la censura, la persecución y el miedo que paralizan la acción política. En las elecciones parlamentarias de mayo de 2025 —boicoteadas por buena parte de la oposición por falta de garantías— solo 10 candidatos opositores resultaron electos, lo que generó críticas de sectores que consideraron su participación como una legitimación del régimen. González insiste, sin embargo, en que la oposición está “separada, pero no dividida”, sugiriendo que persiste un objetivo común: la restauración de la democracia.
Los errores del pasado —la falta de coordinación, los personalismos y la ausencia de una estrategia unificada— han sido constantes en la trayectoria de la oposición. Pese a ello, los momentos de unidad han coincidido con sus mayores victorias, como el referendo revocatorio de 2007, las elecciones legislativas de 2015 o las primarias de 2023, cuando María Corina Machado fue elegida como candidata presidencial.
Machado fue luego inhabilitada por el régimen de Nicolás Maduro, y la oposición debió reagruparse en el último momento para postular a Edmundo González Urrutia como su candidato a las presidenciales del 28 de julio de 2024. Según los resultados que la oposición asegura tener, González ganó esas elecciones, pero el régimen desconoció su victoria, desatando una nueva ola de represión.
Resistencia y exilio
Tras esos comicios, la persecución política se intensificó. Machado permanece escondida en Venezuela, mientras González Urrutia está exiliado, al igual que varios dirigentes del movimiento. Uno de ellos es David Smolansky, exalcalde opositor, hoy exiliado en Estados Unidos y actual director adjunto de la oficina internacional de Machado y González.
Smolansky sostiene que el movimiento democrático venezolano sigue “resistiendo para hacer valer la voluntad popular del 28 de julio”. Según él, el Premio Nobel de la Paz otorgado a María Corina Machado ha revitalizado la cohesión de la oposición, consolidando su legitimidad y reforzando la confianza ciudadana. Afirma que “el movimiento está completamente cohesionado bajo un liderazgo legitimado”, y que existe “una altísima credibilidad en Machado y en el presidente electo González Urrutia”.
Aun así, la oposición enfrenta un panorama crítico: persecución interna, crisis económica, desconfianza social y una inminente incursión militar estadounidense en el Caribe, que Washington justifica como una operación antidrogas, pero que el presidente Donald Trump promueve como un intento de cambio de régimen en Venezuela. Esta intervención, aunque podría coincidir con los objetivos opositores, genera dilemas éticos y estratégicos sobre la soberanía nacional y el costo humano del cambio político.
Unidad, transición y apoyo internacional
González y Smolansky coinciden en que el cambio debe lograrse de manera pacífica y con apoyo internacional, pero sin sustituir la lucha interna. Destacan que la comunidad internacional —gobiernos, parlamentos y organismos multilaterales— ha intensificado su respaldo al movimiento democrático venezolano. La diáspora, por su parte, cumple un papel crucial al denunciar las violaciones de derechos humanos, las ejecuciones extrajudiciales, la censura y los crímenes de lesa humanidad cometidos por el régimen.
Desde el exilio, Smolansky visualiza una transición democrática que permita el retorno de millones de migrantes, el restablecimiento de la inversión privada, la separación de poderes y la recuperación de las libertades fundamentales. González, en tanto, desarrolla una gira europea en nombre de la Asamblea Nacional, buscando aliados internacionales que exijan el fin de la persecución política y la liberación de los presos de conciencia.
Ambos insisten en que el cambio político es inevitable y que la oposición debe incluir incluso a sectores del chavismo en la Venezuela del futuro. “Podemos tener mil diferencias, pero al final todos somos venezolanos”, afirma González, destacando la necesidad de reconciliación nacional.
Un país en la encrucijada
Mientras tanto, la tensión crece. El despliegue militar estadounidense en el Caribe aumenta el riesgo de una confrontación, y Maduro no muestra disposición a negociar. La oposición apuesta por mantener la resistencia civil y diplomática, aunque el escenario está cargado de incertidumbre.
Lo que parece claro es que la oposición venezolana —entre la represión y la esperanza— no ha desaparecido. Se encuentra en una fase de reorganización y resistencia, con la paz y la democracia como banderas, en un contexto en que la presión internacional y el descontento social podrían, eventualmente, abrir la puerta a una transición política inédita en el país.
