OBRAR EN OBEDIENCIA AL DEBER ES JUSTICIA

Difícilmente entenderán los que actúan en función de una exigencia externa a su voluntad que la ética más fiable es aquella enmarcada por normas y deberes encontrados en la misma dimensión moral y racional del ser humano. Educados para obrar en sociedad pensando en la necesidad de responder a un mandato ajeno, a una necesidad extraña o al requerimiento proveniente de otra voluntad y por lo tanto amarrados siempre al condicionamiento de la conducta para dirigirla a lograr no la propia satisfacción sino la de quien a hecho manifiesto su querer a través de una norma o, cuando no, de hasta doctrina impuesta.

La ética fiable no puede ser aquella que conduce a cumplir con un deber pensando más en el propósito ajeno a la realidad y a la voluntad de aquel que debe responder por su cumplimiento. Ningún deber debería tener como incentivo el alcance de la felicidad, el logro del placer, el disfrute de la perfección o la benevolencia de un dios. Los deberes no deben de verse como derivados de una simple necesidad o peor aun del ofrecimiento de una recompensa o de la amenaza que pone de presente el castigo. A ningún ciudadano debería animarlo actuar en bien el premio y a no cometer ningún ilícito el anuncio claro o solapado de una sanción. Como también nadie puede justificar sus acciones, cualesquiera que estas sean, por corresponder a las usanzas y costumbres propias de la cultura en la que se forma, únicamente por estar obligado a responder por los resultados de lo hecho o dejado de hacer en calidad de directo o indirecto autor. Porque, así como en la realidad no se cae desde la propia altura por obra de una mano invisible, llámese mala suerte o destino, también debe de aceptarse que el obrar para hacer bien o daño solo depende de la situación, el querer o condición de aquel que actúa para que lo que ha de acontecer lo sea.

Al deber entendido como el actuar con sujeción a la voluntad, entiéndase con autonomía, le corresponde también ser el marco de la ley. Es que solo puede existir el respeto a la ley ahí en donde se demuestra afán por mantener su valor. Cuando se convierte la ley en mueble, instrumento o incluso arma, dependiendo de los fines para los cuales puede acudirse a ella, el sentido de justicia no es más que el que la muestra como algo útil. Cuando la ley es la razón de ser de la justicia, la justicia es la garante del orden social en todo régimen democrático. Caso contrario es el que se vive en los gobiernos despóticos llámense aristocráticos, oligárquicos, monárquicos o dictaduras. Ya sea que se gobierne en nombre de un Dios así tal cual sucede en las teocracias o del mandato popular como lo fueron y lo son las llamadas dictaduras del pueblo, en donde la ley es la justificación de la infamia y la justicia no garantiza nada diferente a la inequidad. Por estos motivos la ley no puede sino ir en cuerdo con un sentido del deber por el deber, por respeto a la sola ley y no quienes se suponen que están detrás de ella en calidad de divinidades o héroes.

Por lo tanto, obrar con legalidad no es sino observar la ley en la dimensión que le da su máxima importancia, aun cuando la voluntad de quien se rige por ella le indicaran esta o aquella inclinación, recordando que primero esta el deber. Ninguna determinación tomada en nombre de la ley puede ser tenida como inmoral si ésta únicamente ocurre en atención al respeto por la ley en virtud de su sola naturaleza. Dura es la ley, pero es la ley. ricardosarasty32@hotmail.com