Ricardo Sarasty

No son como los pintan

Por: Ricardo Sarasty.

No.  Los pobres no son los  re-creados en las telenovelas para divertimento del grueso público compuesto por una audiencia que deberá guardar en su mente la imagen de un pobre idealizado con la intención de mostrar un estilo de vida al cual hay que admirar por su caricaturesco actuar con el propósito, nada sano, de llevar a pensar en la necesidad de los pobres ya no solo por su trabajo, sino que también como recurso para la jocosidad, en virtud de su graciosa pose perpetuada como estereotipo  al igual que su ignorancia en unos personajes con los cuales se distrae a una sociedad que ha de pensar en ellos como algo que debe de estar presente ya no solo para ponerlo como parte de su servicio, sino que también como un adorno más entre sus extravagancias.

Los pobres de la ficción son los mismos de los discursos de políticos que se hacen a un nombre hablando de ellos como parte de sus promesas de campaña u objetivo de sus supuestas luchas en defensa de sus derechos.  Supuestamente porque nada de cuanto hacen en el nombre de los pobres redunda en el cambio de sus vidas, las de los pobres porque la de los candidatos esa sí que cambia mientras hablan de no acabar la pobreza sino de mejorarla y vaya si lo han logrado.  Porque sucede que esa parte de la ciudad que está de verdad y simbólicamente a muchos pasos de las rutas que ellos frecuentan sigue sumida en la miseria, por lo que siempre se les oye decir que allá, mientras señalan con el dedo un no lugar, vive esa pobre gente, a la que ven con fastidio, desconfianza y despectivamente. 

Mientras junto al carro, pasa el basuriego, el de la carreta de frutas, la señora que vende bolsas para la basura, el celador de la cuadra y el que ayuda a parquear en cualquier calle.

«Sí, así ha sucedido siempre cuando la pobreza se ve sin los prismas del sentimentalismo de la beneficencia, pues resulta su imagen tan agresiva que es mejor creer en que es una falsa versión de lo que se ha dicho siempre que es la pobreza».

Esa pobre gente como la vendedora de dulces, el muchacho que distrae el tedio de no tener nada que hacer pegado a un tarro de bóxer y la adolescente que espera la invitación a subirse a un carro sin importarle mucho lo que pueda suceder con su cuerpo una vez arriba.  Esta pobre gente vista a través del parabrisas polarizado es la misma pobre gente que los telenoticieros muestran con el agua hasta el cuello allá donde la lluvia convierte en torrente mortal los arroyos o en tiempos de sequía el polvo no deja ver los caminos.  

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La pobre gente, como la expresión lo permite entender, con el adjetivo antepuesto como salvaguarda, es la de allá que es mejor no verla aquí.  En tanto que la gente pobre con el adjetivo que califica dándole unas características están real y existe y forma parte de esta misma sociedad.

Luis Buñuel filmó en 1933 “Las hurdes, Tierra sin Pan”, un documental en el que muestra a los más pobres de España habitantes de una región que parece olvidada por Dios y por los hombres, en donde solo reina la falta de salud, la miseria y el no tener que hacer.  Su cámara se acerca tanto a los rostros de los pobres, toma de manera tan limpia los lugares en donde habitan, pone en primer plano las condiciones verdaderas en las que viven los habitantes de esta parte de España y lo hace tan bien que la franqueza del documental lleva al gobierno español a expulsar a Buñuel del país. 

Sí, así ha sucedido siempre cuando la pobreza se ve sin los prismas del sentimentalismo de la beneficencia, pues resulta su imagen tan agresiva que es mejor creer en que es una falsa versión de lo que se ha dicho siempre que es la pobreza.