Con este V Domingo de Cuaresma entramos en la recta final de la Cuaresma; el domingo siguiente ya será Domingo de Ramos.
El Evangelio nos presenta hoy el impresionante relato de la mujer sorprendida en adulterio. El evangelista san Juan en 8,1-11, describe la escena como una trampa que los escribas y fariseos quieren tenderle a Jesús, pues la ley de Moisés establecía que este tipo de casos tenía como desenlace la condena a morir por lapidación.
La actitud de Jesús revierte completamente la situación y nos deja varias enseñanzas. Destaquemos estas tres.
Todos somos pecadores
Con una respuesta contundente, Jesús deja claro a los escribas y fariseos que nadie tiene la autoridad moral para condenar a otra persona por sus pecados: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
Con esto Jesús nos da una lección rotunda: antes de abrir nuestra boca para juzgar o apuntar con dedo acusador a los demás, recordemos que nadie está excluido de la condición pecadora.
Tener esto en mente nos debería hacer mucho más prudentes a la hora de enfrentar la realidad de las faltas cometidas por otros y menos propensos al argumento de los ataques ante la fragilidad de los demás.
Dios rechaza el pecado
El hecho de que Jesús parezca restar importancia al pecado, no significa que sea condescendiente con un proceder moralmente grave. De hecho, al final el consejo que da a la mujer sorprendida en adulterio es: «en adelante no peques más».
No olvidemos lo que significa el nombre Jesús: Dios salva. Nuestro Señor ha venido al mundo para buscar la salvación de todos, para liberar la humanidad de la esclavitud a la que la somete el pecado.
El “no peques más” es el llamado a abandonar todo comportamiento, costumbre y mentalidad que nos mantenga alejados de Dios. En eso no hay tintas medias.
Dios ama al pecador
El «tampoco yo te condeno» que Jesús dirige a esta mujer consuela a quienes con ella compartimos el drama de la fragilidad propia de la condición humana. Jesús entiende esa realidad que todos enfrentamos diariamente; sabe que somos “enfermos necesitados de médico”, “pecadores necesitados de perdón”. Nos tiende la mano.
Cada día es una oportunidad para tomarnos de esa mano tendida, para reconocer y llorar nuestras miserias y dejarnos amar por quien ha venido a darnos «vida, y vida en abundancia». No dejemos pasar el momento de la misericordia.
Pero este mismo tratamiento, tengámoslo también entre nosotros. Si hemos sido tratados con misericordia, antes que juzgar y señalar, abramos puertas, tendamos puentes, demos oportunidades, construyamos cultura del encuentro y del respeto.
Que esta Santa Semana que llega nos ayude a reflexionar para construir contando con todos.
Por: Mons. Juan Carlos Cárdenas Toro

