Padre Narciso

El mundo en que vivimos

No es fácil tener una visión simplificada de las características del mundo en el que vivimos, por la enorme complejidad y por las diferencias que hay entre personas y lugares. Notamos que hay un gran desarrollo tecnológico en algunos lugares, mientras que en otros la tecnología se encuentra en una fase mucho más rudimentaria. Ese desarrollo ha provocado no pocos problemas en el medio ambiente.

En este mismo ámbito, aparecen continuamente nuevos aparatos electrónicos, especialmente en el horizonte de los dispositivos digitales, de la robótica y de la así llamada “inteligencia artificial”.

Hay enorme desarrollo en el campo de la medicina, aunque aparecen enfermedades “nuevas” difícilmente tratables. El miedo al recrudecimiento de “pandemias” ha llevado a fuertes limitaciones de libertades fundamentales en países enteros.

Hay zonas geográficas que han visto una enorme disminución de la natalidad y un fuerte aumento del número de ancianos, y otras mantienen un número elevado de hijos.

En ciertas culturas, se exalta el desarrollo del saber científico, hasta suponer (como dicen no pocos autores) que algún día la ciencia sustituirá completamente a las creencias religiosas. Se exalta, además, la productividad, sobre todo con tecnologías muy sofisticadas, hasta el punto de minusvalorar actividades consideradas poco productivas.

Sigue en pie una fuerte preocupación por la paz, la justicia, la convivencia entre los pueblos, al mismo tiempo que se promueve la producción de armas y se toman decisiones que provocan conflictos militares.

Muchas personas viven atentas a lo “inmediato”, sobre todo gracias a los medios de comunicación, a la informática, y a la facilidad de viajes.

A pesar del aumento de la escolarización, abundan entre la gente confusiones y manipulaciones, y resulta difícil pensar de un modo sereno y ordenado.

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En muchos países se aceptan, incluso se ven como derechos, actos sumamente injustos, como el aborto, la eutanasia, el alquiler de vientres.

Hay no pocos elementos de bondad y de belleza que contrarrestan algunas características del cuadro que acabamos de esbozar. Pero para muchos el horizonte resulta sumamente oscuro, mientras que otros aceptan modos erróneos de pensar y de vivir que les dañan a ellos mismos y que en no pocas ocasiones dañan a otros.

Frente a este panorama, cada persona, y la humanidad en su conjunto, necesitan ayudas que permitan distinguir entre el bien y el mal, de forma que sea posible avanzar hacia la auténtica plenitud y apartarnos de todo peligro de sufrir daños espirituales.

El mundo en que vivimos, necesita abrirse a Dios, reconocer a Cristo como Salvador, y llenarse de esperanza. Solo así será posible dar sentido a la propia vida y emprender un camino de conversión que nos aparte del pecado y nos permita vivir desde el amor y para amar…