POR: P. NARCISO OBANDO
La Semana Santa es una experiencia existencial real, concreta, histórica, afectiva. Aprovechemos para recordar que Jesucristo recorrió el camino de la vida con el fin de ser nuestro más excelente guía, en una sociedad donde desafortunadamente muchas personas han volteado su rostro y su mirada a innumerables realidades.
En un mundo con hambre de justicia, paz, ternura y sinceridad, el amor de Jesús es el pan para saciar muchas vidas. Somos conscientes que el dolor de la vida y las propias decisiones han hecho que, poco a poco, se cierren los ojos hasta quedar ciegos, esta es la oportunidad de recuperar la vista de la mano del Señor, que ha venido como luz.
Así mismo, la Semana Santa debe permitirnos salir al encuentro del que sufre, sentir el llamado apremiante ante tantas realidades de dolor, abrirnos a la gracia de Dios y generar esperanza a quienes la necesitan.
La pasión de Cristo nos revela que Él está delante de las enfermedades y sufrimientos de la gente. Cristo se vuelve más cercano a nosotros y mira con compasión a los que sufren. El Señor Jesús no pasa de largo viendo el sufrimiento de los hombres, sino que se compromete con su situación, lo trata con compasión y lo va llevando de la luz a la fe.
Semana Santa también debe permitirnos reflexionar acerca de la realidad cotidiana que atraviesa Colombia. Nuestro país vive actualmente situaciones que han rebasado en mucho y que son un verdadero calvario para personas, familias y comunidades enteras, en una espiral de dolor a la que por el momento no se le ve fin. Muchos pueblos experimentan constantemente la inseguridad, el miedo, el abandono y una completa orfandad por parte de quienes tienen la obligación de proteger sus vidas y cuidar sus bienes.
La paulatina introducción de una narco-cultura en nuestra sociedad, de conseguir dinero rápido, fácil y de cualquier forma, ha venido a dañar profundamente la mente de muchas personas, a quienes no les importa matar, robar, extorsionar, secuestrar, mentir o hacer cualquier cosa con tal de conseguir sus objetivos. Son muchas las causas que alimentan esta hoguera y que mantienen encendida esta llama de dolor: La pérdida de valores, la desintegración familiar, la falta de oportunidades, los trabajos mal remunerados, la corrupción que continúa su transitar galopante en todos los niveles, la ingobernabilidad, la impunidad, etc.
Esta sociedad que tendría que ofrecer a todos los ciudadanos las condiciones necesarias para vivir con dignidad está dañada y, es necesario que todos como miembros de ella tomemos conciencia de esta realidad y nos hagamos responsables, para que pueda cumplir como un espacio de vida digna para todos sus miembros.
Es tiempo de poner un granito de arena para que el amor supere al odio, momento de liberar las cadenas que nos hacen prisioneros al no perdonar, es momento de limpiar el alma y reconocer que no hay pecado ni grande, ni pequeño y que mientras estemos en esta carne terrenal, nuestro corazón caerá en redes pecaminosas. También, es tiempo de tener presente que Jesucristo pagó con su propia sangre por cada uno de nuestros pecados y que Dios renueva cada día, su infinita misericordia sobre la humanidad.
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La muerte de Jesús debería significar la mortalidad de nuestras soberbias, avaricias, vanidades e injusticias…Una tarea compleja para el hombre, pues la carne es débil. Vencer nuestras propias tinieblas y practicar el perdón, la tolerancia, la paz y generosidad tantas veces se queda en palabras, vivimos sin sentido y sin encontrar el verdadero propósito de Dios en nuestras vidas.

