El territorio olvidado de Colombia emerge como una vasta extensión de naturaleza, pueblos ancestrales y ecosistemas intactos, que en conjunto supera el millón de hectáreas y permanece poco conocido por la mayoría de los colombianos.
En esta inmensidad se mezclan selvas, sabanas, ríos y comunidades locales que han mantenido modos de vida tradicionales lejos del turismo masivo y la infraestructura común. La combinación de difícil acceso, falta de carreteras, poca señal de comunicaciones y desconocimiento general, hace que esta zona sea prácticamente ajena al mapa habitual de viajes o desarrollo económico del país.
La baja densidad de población, la casi ausencia de grandes construcciones y el predominio de ecosistemas prístinos amplifican su condición de “país dentro del país”. Allí, la presencia humana se rige por ritmos distintos: pesca artesanal, agricultura de subsistencia, ganadería extensiva y, en muchos casos, antiguas vías de desplazamiento que evocan un pasado rural profundo.
Este territorio, aunque subutilizado en términos turísticos o de infraestructura, representa un gran reto y oportunidad para Colombia. Por un lado, su aislamiento contribuye a preservar biodiversidad, culturas indígenas y paisajes únicos. Por otro lado, su condición de “zona oculta” lo hace vulnerable a dinámicas de abandono, presión externa o explotación poco planificada.

