Padre Narciso

Luces en la oscuridad de la noche

Por: P. Narciso Obando

Hoy, los seres humanos vivimos tiempos de incertidumbre, la noche extiende su oscuridad sobre el horizonte de nuestras consciencias. Vemos solo el instante en que vivimos. Y una inseguridad, tejida de temores, diezma el espíritu emprendedor y la fuerza interior de la esperanza.

Caminar a oscuras, sin horizonte y sin brújula, sin guía y sin metas, en la individualidad del “sálvese quien pueda”, es ser arrastrados por el remolino de la autodestrucción, en la que estamos instalados hoy.

Pandemias, guerras, inflación, economías ilícitas, cambio climático, torrentes migratorios, manipulación, robo e inseguridad, escasez y carestía: Todo un cuadro crítico que presiona psicológicamente al ser humano de esta generación. Depresión y fatiga, proyectos de muerte y pánico colectivo están al acecho.

En estos escenarios de contrastes, irrumpe la luz de Navidad, con las esperas del antes y del después de Cristo. Es la esperanza de la Encarnaciónde Dios que recorre las sendas de la vida, desde las entrañas de María hasta la “humanidad sin entrañas” de la Cruz y del Calvario, desde las entrañas de la noche de Navidad, hasta las entrañas mismas de la noche de Pascua y el amanecer definitivo de la vida en la resurrección.

Hay luces en la noche. No estamos solos en el devenir de la historia. No caminamos hacia el fin apocalíptico del mundo, sino hacia la segunda venida de Cristo como Señor que somete a los “enemigos del hombre” y a la muerte misma, al poder pacificador de su resurrección.

Desde el gesto personal de llamar e invocar a Jesús diciendo “Ven, Señor Jesús”, convertido en plegaria de Adviento y gozo de la Novena de Navidad; hasta la adoración del misterio encarnado en la Noche Buena y fiesta del Nacimiento, el símbolo de la luz en las noches, de las velas encendidas y las alegrías compartidas, ayudan a “socializar” la esperanza y a reintegrar familias y vecindades, generaciones y marginalidades.

Con esa fe y esperanza, en nuestro país durante la noche del 7 y la madrugada del 8 de diciembre, las casas y calles se iluminan con velas y luces multicolores, en medio de un gran ambiente de fiesta en honor a la Inmaculada Concepción de María.

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Esta expresión de piedad popular simula lo ocurrido en 1854 mientras el pueblo católico esperaba en la Plaza de San Pedro del Vaticano, la Bula con la cual el Papa Pío IX declararía la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora. Esa noche los católicos de todo el mundo encendieron velas y antorchas, manifestando su esperanza en que se declarara de manera oficial y dogmática que la Virgen María estuvo libre del pecado original desde el primer momento de su concepción.

Encender cada vela significa pedir por la intercesión de María, la Madre de Dios, una gracia: “Por la paz, por el amor, por la reconciliación, el cuidado de la Casa Común, por quienes sufren, por quienes han partido, por todas circunstancias personales, sociales y eclesiales de cada persona. Encender la luz, es decirle a la Virgen y al Niño Jesús que vengan a nuestras casas, a nuestros hogares, por este motivo, invito a cada uno de los lectores y fieles católicos para que enciendan sus luces y esperemos con amor la llegada de la Virgen María.