Los jóvenes necesitan límites

P. Narciso Obando.

¿Qué tiene de malo? Es la típica frase que escuchamos los adultos cuando los jóvenes quieren justificar su conducta. No cabe duda que la relajación moral y la relativización de los actos humanos han dañado profundamente la conciencia colectiva.

Para vivir en sana convivencia, los seres humanos han adoptado leyes y reglamentos que les permita asociarse y vivir de acuerdo a sus necesidades físicas y afectivas, y que la repetición de costumbres, rituales, tradiciones, etc., les deja fortalecer estos lazos y transmitirlos a sus descendientes, además, se han apoyado en instituciones que les ayuda a convivir no solo sin problemas, sino lidiando con personas de distintas razas, costumbres y creencias, pero todas igualmente valiosas.

En la actualidad nos estamos enfrentando a situaciones que rompen ese orden y traen caos a la sociedad, pues lo que se tenía por un acto bueno, ahora es relativo y lo mismo pasa con un acto malo.

Las nuevas generaciones están creciendo con muchas carencias en el plano educativo, social, moral, humano, familiar y religioso, por mencionar algunos de los espacios en los que se desarrolla la persona, y que, dicho sea de paso, le ayudan a pertenecer a los grupos donde se desenvolverá para alcanzar la plenitud en su vida. Tristemente, hay muchos factores que han hecho que los jóvenes de ahora hayan crecido casi en estado salvaje, provocando profundos problemas de adaptación a la sociedad, impidiéndoles ser plenos y felices.

Lamentablemente, se debe, en gran medida a que nadie ha sabido guiarlos ni ponerles límites, ahora es más fácil dejarlos decidir como si tuvieran la misma experiencia que los adultos, quienes tienen la obligación de acompañarlos y presentarles los escenarios a los que pueden enfrentarse si eligen equivocadamente.

Es sumamente importante que los padres y madres de familia dialoguen con sus hijos, debe imponerse la autoridad que les viene de Dios. Un papá y una mamá que no ejercen su autoridad, están fallando como formadores de sus descendientes, por supuesto que esto no les gustará a los chicos, pero es parte del aprendizaje.

Es cierto que los padres no pueden vivir la vida de sus hijos, pero tampoco deben hacerse de la vista gorda cuando se percatan de que están tomando por un rumbo equivocado.

Los progenitores que no llaman la atención de sus hijos están faltando a su deber, tienen la obligación de ser sus protectores y ejemplo a seguir, por eso creo que muchos han fallado en su tarea, pues las familias cada vez están más lastimadas por la desunión y el poco esfuerzo que los esposos están dispuestos a hacer para salvar su matrimonio. Sabemos que el índice de separaciones y divorcios va en aumento dejando como saldo, niños, adolescentes y jóvenes heridos por la disolución de sus familias. Y si a esto añadimos que ni papá ni mamá se dedican a corregir a sus hijos, tenemos un panorama desolador de generaciones perdidas por el descuido parental.

Es tiempo de pensar seriamente en lo que estamos haciendo, los delincuentes no nacen, se hacen en las familias, por eso, cada quien sea responsable de sus hijos y trabaje para que se conviertan en hombres y mujeres de bien y útiles a la sociedad en la que viven. De este modo, todos saldremos beneficiados.

Por: Narciso Obando López, Pbro.

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