POR: P. NARCISO OBANDO
Que nuestra patria no disfruta de paz, es algo que podemos constatar diariamente, tanto en la vida personal y en nuestras comunidades, como en los medios noticiosos que compiten en crónicas rojas.
Aunque algunos digan que tienen otros datos, éstos quizá son de su escritorio, a donde sus colaboradores sólo le llevan informes que le alagan los oídos. La realidad es triste y dolorosa. Afirmar esto no es cuestión política, sino experiencia que cotidianamente lamentamos.
Casi nadie se atreve a presentar una denuncia formal, porque con ello es casi firmar su sentencia de muerte. Pero que vivimos en inseguridad y violencia, sin suficientes acciones de parte de los entes gubernamentales pertinentes para enfrentarlas, es un dato de cada día.
En algunos lugares del país, incluso en la capital del país, hay guerras de diferentes cárteles que se disputan el territorio para vender en exclusiva algunas drogas. Y quien no colabora con ellos, se expone a todo. Las guerras más frecuentes son las extorsiones, el control de casi todo el comercio, grande y pequeño, y si alguien se sale de sus normas, le clausuran su negocio, lo secuestran, lo golpean y lo pueden asesinar.
Por este motivo, la Iglesia Católica continúa orando por asesinados y desaparecidos, incluso por los victimarios para que se conviertan, para que cambien de vida. También oramos por nuestras autoridades, y por tantos que aspiran a cargos públicos, para que asuman en su corazón el dolor de tanta gente que se siente desprotegida y abandonada.
No somos partidarios de responder con violencia a la violencia, sino que queremos una verdadera paz social, y estamos dispuestos a colaborar para lograrla. Para que haya paz, es necesaria la justicia. Sin justicia, no hay paz. Y el gobierno tiene obligación constitucional de ejercer la justicia, de proteger a sus conciudadanos, de evitar que se le siga perjudicando.
Son muchas las causas que alimentan la hoguera de la violencia y que mantienen encendida esta llama de dolor: La pérdida de valores, la desintegración familiar, la falta de oportunidades, los trabajos mal remunerados, la corrupción galopante en todos los niveles, la ingobernabilidad, la impunidad, etc.
Esta sociedad que tendría que ofrecer a todos los ciudadanos las condiciones necesarias para vivir con dignidad, está dañada y es necesario que todos como miembros de ella tomemos conciencia de esta realidad y nos hagamos responsables, para que pueda cumplir como un espacio de vida digna para todos sus miembros.
Es posible superar las diferencias entre las partes a través de la paz y la armonía. En una sociedad polarizada como la nuestra, todos, absolutamente todos, estamos llamados a trabajar por la paz y la unidad. Todos estamos invitados a superar las diferencias que nos lastiman y entristecen.
¿Qué hacer? Educar nuestras reacciones, para que seamos personas pacíficas. Promover la cultura de la no violencia activa, pero exigiendo justicia en favor de quienes viven amenazados y en zozobra permanente.

