POR: RICARDO SARASTY
Ponerle el pecho a la brisa no significa nada diferente a ir al frente y por lo tanto no solo tener que resistir el embate del viento si no que con paso firme y mucha fuerza romperlo para hacer posible el paso de los que vienen atrás. Por si no se ha dado cuenta en estos días cuando los vientos de la inflación económica y los de la desaceleración comercial corren sin tregua y todo lo sacuden, muchas mujeres se han puesto al frente de sus casas para lograr contener la fuerza arrolladora del vendaval que a mas de un bien macho ha puesto a buscar refugio mientras espera a que amaine el mal tiempo. La señora que vende el café con arepas en la esquina del parque, la que acomodó la sala de la casa para poner ahí la venta de almuerzos y desayunos, la que aprendió a preparar postres y sale a venderlos canasta en mano recorriendo las calles del barrio, la de las frutas en la carreta, aquella del arreglo de uñas y tintes a domicilio, todas esas mujeres jóvenes y ya entradas en años que no saben de derrotas ni quieren aprenderlo porque simplemente no pueden dejar el barco al azar de los vientos porque amán todo cuanto con ellas va ahí.
En la televisión y la radio entrevistan a importantes ejecutivas en quien también se debe de admirar su tezón y capacidad de lucha. Las entidades de carácter privado y oficiales condecoran y premian a aquellas que meritoriamente pusieron a consideración los logros de sus trabajos allí en donde se requirió de sus capacidades, contando con el apoyo de un equipo y una logista que supo aprovechar, sin que esto demerite su labor y lo alcanzado por con ella. Solo que mientras las luces de los escenarios se encienden para mostrar sus rostros felices por el reconocimiento, allá, en la calle se encuentran las otras, las heroínas de las gestas que pocos, muy pocos se animan a cantarle una loa así tengan la piel seca y quemada por la lluvia, el sol y los vientos. Así sus manos solo puedan acariciar poniendo en evidencia la utilidad que les presta haciendo sentir los callos y la aspereza dejada por el trabajo arduo de todos los días. Pero quizá, aunque no es fácil de aceptar, se deberá tener que terminar convencido de que por solo asunto del del destino mientras a las de acá le espera el reconocimiento con el apropiado festejo. A las de allá al regreso, en sus casas las aguarda a lo mejor la dicha de poder ver a todos los que conforman su familia contentos disfrutando del pan que le ha podido llevar.
En estas madrugadas frías y de aguaceros de todos los calibres ahí están, como si nunca se hubieran ido, con las escobas, los recogedores y las talegas, arrinconando las basuras, seleccionándolas. Sin más compañía que la de un perro y sus anhelos, porque los tienen afincados en sus hijos a los cuales matricularon en el colegio con la esperanza de que el estudio les posibilite la oportunidad de poder contar con una vida menos azarosa que la de ellas, que de tener que ´poner el pecho a la brisa puedan hacerlo con mayor seguridad de triunfo y en circunstancias más gratas. Así mismo piensa la señora del kiosco de los periódicos, la celadora del parqueadero, aquella que no deja de barrer y lustrar el piso del centro comercial, ella que atiende las mesas en el restaurante, que vende gasolina y la que le suma de ñapa al mercado de plaza su sonrisa. A todas estas mujeres infatigables combatientes para las cuales una tormenta más siempre será otra menos mi reconocimiento. @Risar0

