Por: Rober Atis Bernal
A los verdaderos líderes que lucha por sus pueblos ancestrales para tratar de mejorar la calidad de vida de cada uno de las familias, en especial de los niños, niñas y adolescentes, en Colombia los callan con las balas.
Hace años atrás, preciso cuando el taita Marcos López había asumido un cargo de representante legal de Aico, en el que debía representar a los indígenas, a los pocos meses lo mataron cuando se dirigía desde Mallama hacia a Ipiales para llegar a un encuentro, pero saliendo de su territorio lo bajaron de un vehículo y le cegaron la vida.
El problema de la inseguridad es bastante álgido en esta región del piedemonte nariñense donde a los líderes sociales que sacan la cara por sus comunidades los matan acusándolos de cualquier culpabilidad. Es decir, los cuestionan de ser guerrilleros, colaboradores de grupos al margen de la ley, entre otras.
Ahora, el turno fue para otro reconocido líder de nombre José Aurelio Araujo Hernández, quien junto a sus escoltas fueron asesinados e incinerados. Una muerte sin precedentes. Un caso inhumano, que por ser coordinador de Camawari del pueblo Awá, lo mataron de una manera muy vil.
Los armados, no respetan las decisiones de los dirigentes y por cualquier tema que los terroristas no les gusta, los ejecutan como ocurrió con Araujo Hernández, y así entre otros líderes sociales del pueblo Awá.
Ser líder en la actualidad tiene precio no con la vida sino con la muerte, los armados que no tienen nada ni porque luchar, acaban con verdaderas personas luchadores que su objetivo siempre ha sido es defender sus territorios. En la costa y el piedemonte nariñense, ser líder es bastante difícil porque deben convivir en medio del conflicto armado donde les han querido quitar sus tierras a través de amenazas.
De nada sirve que capturen a los criminales, porque nada volverá a la vida de los verdaderos dirigentes que lucharon por defender sus territorios. Los armados no tienen nada y lo único que hacen es sembrar miedo, temor, desplazamiento y muerte.
Desde muchos años, los insurgentes se quedaron con atañar dinero de la manera más fácil, a través de retenes ilegales, extorsiones, secuestros y narcotráfico. Se apoderan de tierras llenas de cultivos de coca o amapola.
En esta guerra los platos rotos siempre pagan los dirigentes que luchan por mejorar la educación, la salud, adultos mayores, vivienda, pero todo no termina porque las ideas y procesos de lucha quedan enterrados en un cementerio, a los criminales no les gusta el progreso de los territorios ancestrales sino la muerte.
Ser líder en el país no paga, pero muchos de estas personas dicen “hay que morir luchando por un pueblo vulnerado y olvidado”, así lo dijo Araujo Hernández que finalmente le cegaron la vida.

