Al momento de elaborar la columna, no sabemos quién ha sido elegido presidente de nuestro país. Gane quien gane, exhortamos al diálogo, no queremos un país dividido. La política, en su sentido original, es la preocupación por la ciudad, por la ciudadanía, por la comunidad, y esa es responsabilidad de todos, de la que no podemos excluirnos.
Rogamos insistir en diálogos constructivos, porque sólo así, no libraremos de pelearnos entre nosotros mismos. Además, podemos conversar a gusto y con provecho. Se puede dialogar, sin pelear. Esa es la buena política. Quien sólo insulta y descalifica a todos, no sabe dialogar, solo impone su criterio.
Un auténtico diálogo político no es para sacar ventajas, para hacer alianzas y violar la ley, sino para buscar juntos lo más conveniente para el país y sus diferentes regiones. ¡Cuánto tenemos que aprender para saber dialogar! Esa es la buena política, no la demagogia de quien más ofende, de quien más promete, de quien más cosas regala, de quien más apoyos sociales ofrece.
El papa Francisco, ha dicho: “La política es ante todo el arte del encuentro. Ciertamente, este encuentro se vive acogiendo al otro y aceptando sus diferencias, en un diálogo respetuoso. Como cristianos, sin embargo, hay más: Ya que el Evangelio nos pide amar a nuestros enemigos, no puedo contentarme con un solo diálogo superficial y formal, como esas negociaciones a menudo hostiles entre partidos políticos. Estamos llamados a vivir el encuentro político como un encuentro fraterno, especialmente con los que están menos de acuerdo con nosotros; y esto significa ver en aquel con quien dialogamos un verdadero hermano, un hijo amado de Dios.
Este arte del encuentro comienza, pues, con un cambio de mirada sobre el otro, con un acoger y respetar su persona incondicionalmente. Si tal cambio de corazón no ocurre, la política corre el riesgo de convertirse en una confrontación a menudo violenta para hacer triunfar las propias ideas, en una búsqueda de intereses particulares más que del bien común.
Desde el punto de vista cristiano, la política es también reflexión, es decir, formulación de un proyecto común. Como cristianos, entendemos la política como un encuentro, que se realiza con una reflexión común, en busca de este bien general, y no simplemente con la confrontación de intereses en conflicto y a menudo opuesto.
Finalmente, la política también es acción. Como cristianos, siempre necesitamos comparar nuestras ideas con la profundidad de la realidad, si no queremos construir sobre la arena que tarde o temprano acaba cediendo. No olvidemos que “la realidad es más importante que la idea”.
Aprendamos a dialogar desde la familia. Es una virtud. Que los hijos vean que sus padres pueden discutir, esgrimir razones contradictorias, proponer opciones diferentes, pero se aman, se respetan, se valoran, se toman en cuenta, saben ceder. Es un aprendizaje de toda la vida, y un camino hacia una política madura y benéfica para la sociedad. Sólo así construimos la paz social, que tanta falta nos hace.
Por: Narciso Obando López, Pbro.